El Double Dragon 2 era peor que el 1
porque la patada iba hacia atrás y era un lío.
El Double Dragon 2 lo vi por primera
vez en unos recreativos que había en la planta de abajo de la Plaza
de Cubos. Estaba excitadísimo, porque el Double Dragon fue quizás
mi primer arcade importante de mi vida. Estaba en el Bar Azul de mi
pueblo y todos los niños íbamos allí como moscas a la miel. El Bar
Azul era el más importante de mi pueblo, y todavía lo es. El más
señor.
Por eso cuando descubrí que el Double
Dragon 2 era un lío me quedé devastado. Abandoné por la depresión.
Fue demasiado golpe para mi.
Soy muy de abandonar. Pero como los
tiempos son emprendedores pues parece que la misma marejadilla me
empuja hacia adelante.
No soy muy derrotista, lo que soy es
inteligente. Si el esfuerzo de hacer algo es mayor que el beneficio
previsto de hacerlo no lo hago. ¿Tú sí? Pues no sé por qué.
Sin embargo si ocurre al revés lo hago
y nada puede detenerme. No, no lo intentes porque no vas a poder. Soy
un bulldozer. De verdad, no lo intentes. Me siento fatal cuando le
hago daño a alguien.
Eso de ser un bulldozer y a la vez
tener empatía es todo un trago, pero bueno, me lo trago. Y ya está.
Y como, la verdad, ya tenía bastante
con el Double Dragon 1, pues pasé del 2. Porque eso de aprender una
nueva manera de dar patadas provocaba más tedio que alegría saber
hacerlo. Así que ahí se quedó, en la planta de abajo de la Plaza
de Cubos.
Y me dediqué a cosas más productivas.