Los avatares del destino me llevan
hacia mi amiga Patricia, aunque yo trate de alejarme de ella de todos
los modos posibles. Decidme si no tengo razón después de que os
cuente lo que os tengo que contar.
¿Cuánta gente venderá mierda en
Wallapop? ¿La mitad de la población? Bueno, pues tuve que comprarle
este Polarium precisamente a ella.
“Quedamos a tal hora en no sé dónde,
que es dónde tengo mi oficina”. Y resulta que la que baja de la
oficina es Patricia.
Asumí que el destino, esa mano
invisible aún más poderosa que la de Adam Smith, estaba empeñado
en que me la encontrase una vez tras otra.
Comprar cosas en Wallapop es una
putada. Paso a explicaros por qué pienso esto también.
A veces veo algo en Wallapop que digo
“esto me podría servir para hacer una de mis transgresoras obras
de arte”. Esa parte viciosa que hay en mi se expresa de muy
variadas formas.
Sin embargo, como el objeto en cuestión
me lo da su dueño de sus propias manos y suele haber puesto el
corazón en él luego no puedo transgresionarlo.
Tus ideas me importan todas un huevo,
pero tu corazón no puedo destruirlo. A no ser que eso vaya a
comportar un beneficio maravilloso en el futuro para ti.
Y por ese motivo tengo Polarium sin
tocar, así como un cuadro de una madre y una hija que parece pintado
por la mismísima Margaret Keane.