Por fin algo serio, algo que yo respete
sin recurrir a ironías ni a otro tipo de defensas intelectuales que
me hacen sobrellevar este puto mundo tan apestoso. Red Bull es la
Coca-Cola del siglo XXI, o sea, que ojo al dato.
Red Bull empezó siendo una bebida
energética aislada en el supermercado. Los que tenemos pasión por
lo nuevo, porque tenemos ese carácter infantil, ávido de nuevas y
efervescentes sensaciones, nos apresuramos a probarlo. ¡Qué cosa
más curiosa! Quién nos iba a decir que unos pocos años después
íbamos a ver partidos de fútbol en el Red Bull Arena de Austria.
La hermana de mi amigo Manolo se hizo
chica Red Bull, iba por Madrid con un Mini con una enorme lata de Red
Bull en la parte de atrás. A nosotros nos daba latas gratis, que era
lo que tenía que hacer una chica Red Bull y nosotros se lo
agradecíamos mucho. Nos “colocábamos” de Red Bull, decíamos.
En tal caso, yo hoy en día me paso el día “colocado” de Red
Bull, porque no bebo otra cosa.
Inventamos todo tipo de formas de
colocarnos: yo llevé a Barcelona el guaraná, que me lo dio Encarna,
la peluquera de mi pueblo, que se había hecho distribuidora de
Herbalife. Todavía recuerdo cómo en la cocina de mi abuela nos
asediaba con agobiantes disertaciones sobre por qué habíamos de
pasarnos al estilo de vida Herbalife. Yo, que estos años también me
he hecho un poco predicador, tengo algo que decir sobre este estilo
de evangelización.
Los evangelizadores son un coñazo,
aunque yo me cuente entre ellos. Sus formas son completamente
obsoletas, aburridas. Nadie en su sano juicio es capaz de escucharles
durante más de 5 minutos, a no ser que tengan compasión por ellos
más que interés. ¡Naturalmente! ¿Por qué se ha llegado a la
conclusión de que la evangelización ha de ser aburrida? ¿Por qué
Dios llama a su lado a los más aburridos de la raza para que
convenzan a los más divertidos? Menos mal que me ha llamado a mi
también, para compensar.
Acabo de bajar a comprar Red Bull, como
es habitual en mi. He tenido que esquivar a chavales saltando
contenedores, porque hoy es viernes. ¿Tú te crees que a esos
chavales puedes llegarles en plan Santa Teresa? Pues claro que no,
porque se van a reír de ti, y con razón. ¿No se te ha ocurrido
nada mejor?
Lo que tienes que hacerle a esos
chavales es darles una hostia. Física o metafórica, me da lo mismo.
Tienes que dejarles claro quién manda. Puedes hacerlo de forma
directa, plantando tus cojones ante los suyos para que comprueben que
pesan más, o puedes ganarles en el salto de contenedores, ya que tú
también has saltado contenedores y lo hacías bastante mejor que
ellos. O puedes hacer una mezcla de ambas técnicas. Y una vez
rendidos ante el macho dominante, escucharán aquella mierda que
tengas que decirles, si todavía tienes ganas.
Yo todos los evangelizadores que he
conocido son mariquitas. Tíos aburridísimos. Te cuentan el rollo
tal cual lo han leído en el libro. ¡Vaya mierda de profesores! Ante
ellos ningún alumno se subirá a su pupitre a decir “¡Oh,
capitán, mi capitán!”. Porque de capitanes nada. Si acaso la
gorrita, que se ponen en sus absurdas fiestas homosexuales.
No, hombre, has de introducir la chicha
en un discurso contemporáneo. Tienes que echar la aspirina en el Red
Bull. ¡Nadie va a comerse una aspirina! Pero si les das Red Bull se
lo van a beber como los retrasados mentales que son.
Para mi el Red Bull, contemplarlo,
tiene esa cualidad mágica. En él veo aquello que quiero hacer yo.
Veo algo que mola de pelotas, algo radicalmente molón. Algo que
grita de molonismo. Pero, a la vez, veo en él a la Virgen María, a
San Juan Bautista bautiza que bautiza y a San Pedro negando tres
veces a Jesús, como el tolai que era. En el Red Bull veo mi
inspiración, veo ese crucifijo posmoderno que cada día me afano en
construir y que estoy deseando que te comas a la fuerza, haciéndotelo
tragar porque no eres más que un estúpido niño que juega al salto
de contenedor.
Y una vez tragado, y tras escupir los
dientes que sin duda te habré roto de empujar tanto, la fuerza
redentora de Aquel que quiere tu resurrección más que cualquier
otra cosa te hará ver lo que tienes que hacer con tu puta vida, esa
que es más triste que tu cara de camello.
¡Traga, maldito camello! ¡Traga!