viernes, 2 de septiembre de 2016

Red Bull Energy Drink


Por fin algo serio, algo que yo respete sin recurrir a ironías ni a otro tipo de defensas intelectuales que me hacen sobrellevar este puto mundo tan apestoso. Red Bull es la Coca-Cola del siglo XXI, o sea, que ojo al dato.


Red Bull empezó siendo una bebida energética aislada en el supermercado. Los que tenemos pasión por lo nuevo, porque tenemos ese carácter infantil, ávido de nuevas y efervescentes sensaciones, nos apresuramos a probarlo. ¡Qué cosa más curiosa! Quién nos iba a decir que unos pocos años después íbamos a ver partidos de fútbol en el Red Bull Arena de Austria.

La hermana de mi amigo Manolo se hizo chica Red Bull, iba por Madrid con un Mini con una enorme lata de Red Bull en la parte de atrás. A nosotros nos daba latas gratis, que era lo que tenía que hacer una chica Red Bull y nosotros se lo agradecíamos mucho. Nos “colocábamos” de Red Bull, decíamos. En tal caso, yo hoy en día me paso el día “colocado” de Red Bull, porque no bebo otra cosa.


Inventamos todo tipo de formas de colocarnos: yo llevé a Barcelona el guaraná, que me lo dio Encarna, la peluquera de mi pueblo, que se había hecho distribuidora de Herbalife. Todavía recuerdo cómo en la cocina de mi abuela nos asediaba con agobiantes disertaciones sobre por qué habíamos de pasarnos al estilo de vida Herbalife. Yo, que estos años también me he hecho un poco predicador, tengo algo que decir sobre este estilo de evangelización.

Los evangelizadores son un coñazo, aunque yo me cuente entre ellos. Sus formas son completamente obsoletas, aburridas. Nadie en su sano juicio es capaz de escucharles durante más de 5 minutos, a no ser que tengan compasión por ellos más que interés. ¡Naturalmente! ¿Por qué se ha llegado a la conclusión de que la evangelización ha de ser aburrida? ¿Por qué Dios llama a su lado a los más aburridos de la raza para que convenzan a los más divertidos? Menos mal que me ha llamado a mi también, para compensar.


Acabo de bajar a comprar Red Bull, como es habitual en mi. He tenido que esquivar a chavales saltando contenedores, porque hoy es viernes. ¿Tú te crees que a esos chavales puedes llegarles en plan Santa Teresa? Pues claro que no, porque se van a reír de ti, y con razón. ¿No se te ha ocurrido nada mejor?

Lo que tienes que hacerle a esos chavales es darles una hostia. Física o metafórica, me da lo mismo. Tienes que dejarles claro quién manda. Puedes hacerlo de forma directa, plantando tus cojones ante los suyos para que comprueben que pesan más, o puedes ganarles en el salto de contenedores, ya que tú también has saltado contenedores y lo hacías bastante mejor que ellos. O puedes hacer una mezcla de ambas técnicas. Y una vez rendidos ante el macho dominante, escucharán aquella mierda que tengas que decirles, si todavía tienes ganas.


Yo todos los evangelizadores que he conocido son mariquitas. Tíos aburridísimos. Te cuentan el rollo tal cual lo han leído en el libro. ¡Vaya mierda de profesores! Ante ellos ningún alumno se subirá a su pupitre a decir “¡Oh, capitán, mi capitán!”. Porque de capitanes nada. Si acaso la gorrita, que se ponen en sus absurdas fiestas homosexuales.

No, hombre, has de introducir la chicha en un discurso contemporáneo. Tienes que echar la aspirina en el Red Bull. ¡Nadie va a comerse una aspirina! Pero si les das Red Bull se lo van a beber como los retrasados mentales que son.


Para mi el Red Bull, contemplarlo, tiene esa cualidad mágica. En él veo aquello que quiero hacer yo. Veo algo que mola de pelotas, algo radicalmente molón. Algo que grita de molonismo. Pero, a la vez, veo en él a la Virgen María, a San Juan Bautista bautiza que bautiza y a San Pedro negando tres veces a Jesús, como el tolai que era. En el Red Bull veo mi inspiración, veo ese crucifijo posmoderno que cada día me afano en construir y que estoy deseando que te comas a la fuerza, haciéndotelo tragar porque no eres más que un estúpido niño que juega al salto de contenedor.

Y una vez tragado, y tras escupir los dientes que sin duda te habré roto de empujar tanto, la fuerza redentora de Aquel que quiere tu resurrección más que cualquier otra cosa te hará ver lo que tienes que hacer con tu puta vida, esa que es más triste que tu cara de camello.


¡Traga, maldito camello! ¡Traga!