lunes, 9 de enero de 2017

Apps para dispositivos móviles: casos de estudio Taschen

Este libro es especialmente guay, porque ni siquiera lo he abierto. Es el libro más honesto de todos los que tengo.


Me lo compré con toda la intención: quiero un libro para adornar. Y como es para adornar tiene que ser barato, porque no están los tiempos para huevos de Fabergé.

Si quieres libros para adornar vete al VIPS, porque tienen algunos de a 4,95 bastante gorditos. Por el precio de un café de Starbucks tienes un libro que adorna que te cagas y tus amigos piensan que eres muy listo.


Este libro, encima, tiene una goma tipo Moleskine, indicando claramente que se editó a principios del siglo XXI. El observador astuto se lo puede pasar muy bien si le apetece.

Estoy tentado de abrir el puto libro a ver qué tiene dentro, pero me temo que en cuanto lo abra lo cerraré horrorizado. Tiene pinta que va a haber dentro un montón de aplicaciones que no descargo en mi móvil. ¡Como para mirarlas en un libro!


Hoy hacer apps es como en 1999 poner una tienda de móviles. Algo de astuto trampero de barrio.

El trampero de barrio, raza que estoy orgullosísimo de conocer porque es estupenda, siempre anda pensando en estas jugadas. Hoy, además, el astuto trampero de barrio sabe que si se echa Farenheit, se pone unos pantalones pitillo y se hace un peinado que parece un nido de pájaro le dejan entrar en todas partes.


El trampero de barrio es pura superviviencia. Es una raza condenada a la extinción cuando haya paz, porque lo único que sabe hacer es sobrevivir. Cuando haya paz, ¿qué coño hará?

Los tramperos de barrio tienen una mala leche que te cagas. Por eso son tan encantadores.