Este libro es especialmente guay,
porque ni siquiera lo he abierto. Es el libro más honesto de todos
los que tengo.
Me lo compré con toda la intención:
quiero un libro para adornar. Y como es para adornar tiene que ser
barato, porque no están los tiempos para huevos de Fabergé.
Si quieres libros para adornar vete al
VIPS, porque tienen algunos de a 4,95 bastante gorditos. Por el
precio de un café de Starbucks tienes un libro que adorna que te
cagas y tus amigos piensan que eres muy listo.
Este libro, encima, tiene una goma tipo
Moleskine, indicando claramente que se editó a principios del siglo
XXI. El observador astuto se lo puede pasar muy bien si le apetece.
Estoy tentado de abrir el puto libro a
ver qué tiene dentro, pero me temo que en cuanto lo abra lo cerraré
horrorizado. Tiene pinta que va a haber dentro un montón de
aplicaciones que no descargo en mi móvil. ¡Como para mirarlas en un
libro!
Hoy hacer apps es como en 1999 poner
una tienda de móviles. Algo de astuto trampero de barrio.
El trampero de barrio, raza que estoy
orgullosísimo de conocer porque es estupenda, siempre anda pensando
en estas jugadas. Hoy, además, el astuto trampero de barrio sabe que
si se echa Farenheit, se pone unos pantalones pitillo y se hace un
peinado que parece un nido de pájaro le dejan entrar en todas
partes.
El trampero de barrio es pura
superviviencia. Es una raza condenada a la extinción cuando haya
paz, porque lo único que sabe hacer es sobrevivir. Cuando haya paz,
¿qué coño hará?
Los tramperos de barrio tienen una mala
leche que te cagas. Por eso son tan encantadores.