Estas cintas eran guays. Venían en
packs de tres y tenían la garantía Blockbuster.
Blockbuster no te iba a colar una cinta
de mierda, porque su prestigio estaba en entredicho. Por eso era
buena cosa comprar en Blockbuster, porque era barato pero les tenías
cogidos por los cojones porque si te vendían algo demasiado malo la
cagaban.
Fue el propio mercado el que mató a
Blockbuster, no sus malas prácticas, que no lo eran, eran buenas, al
menos conmigo. Pero de esos asuntos ya hablaremos otro día.
Yo con Blockbuster no tengo ningún
problema, porque a mi me trataron muy bien. Me dieron un carnecito
plastificado con un código de barras detrás, cosa muy moderna
entonces. No tenías que dar tu nombre, pasaban el código por el
lector y ya sabían quién eras.
Además Blockbuster te rebobinaba las
cintas, tú no tenías que rebobinarlas. De eso se encargaban ellos,
como megacorporación al sincero servicio del consumidor que eran.
Y fueron los primeros que yo vi que
para las devoluciones tenían un buzón. Así que podías devolver
las cintas a cualquier hora, independientemente de si el local estaba
abierto o no.
Como guinda, Blockbuster fue
sacrificada en los altares del mercado, por lo que su valor como
víctima de este mundo injusto y tramposo creció en cifras
exponenciales. Así, tenemos hoy una marca que sabe a canela. Una
megacorporación con el aroma del que crucificaron injustamente. No
se puede ser más top.
Puede que Blockbuster ya no exista en
la bolsa, pero sí en nuestros corazones. Y ahí, como todos sabemos,
en donde se gana realmente la batalla del mercado.
Vamos, que Blockbuster sabe lo que se
hace.