El Out Run molaba porque ibas en un
Ferrari Testarossa junto a una rubia. He ahí, desnuda, la belleza
sin límite de este juego.
No, no me hables de jugabilidad. Sega
no se preocupa de esos pormenores. Sega sólo sabe de una cosa: de
molar. La arquitectura interna del juego se la deja a Nintendo.
Sega es molar sin límite. Molar sin
parar. Sin parar, sin parar, sin parar. Sega sólo mola. Sólo sabe
hacer eso. Por eso se fue a la bancarrota.
Sega se fue a la bancarrota por lo
mismo que el sistema se ha ido a hacer puñetas. Porque Sega y el
sistema sólo sabían molar. Cómo conseguirlo no entraba dentro de
la ecuación.
Si esclavizas niños congoleños para
que te saquen, no sé, plata de la mina, pues se les esclaviza y
santas pascuas. ¿A mi qué me importa un puto niño congoleño si
aunque se lo coman las moscas tengo plata? ¿No te estoy diciendo que
tengo plata? ¿Qué más me va a importar?
Sin embargo, esos asuntillos morales de
tan poca importancia acabaron por convertirse en problemas prácticos,
así que el sistema tuvo que echar el freno porque si no se resolvían
esos asuntillos la máquina dejaba de funcionar. El niño congoleño
se rebeló y cagó podemitas, cual plaga de langostas, para que
devoraran a los tiranos.
Y hay que reconocer que ese niño
congoleño sabe cagar. Menuda horda de tocahuevos. A esos es mejor
tenerlos de amigos que de enemigos. Te lo digo.
Resueltos los pormenores, Sega planea
un nuevo Sonic para este año. Y tiene muy buena pinta, por
eso insisto en que todo está conectado.
Habrá que quitar de en medio a los
podemitas, porque si no son capaces de tocarle los huevos a Sega. De
podemita a niño rata hay un paso.