viernes, 2 de enero de 2015

La Sensibilidad Elefant y Zlatan Ibrahimović

No es ningún secreto para un corazón moderno que, allá por el 2000, el lugar en el que estaban enfocados sus afectos es en lo que podíamos llamar, por ponerle un nombre, el universo Elefant. 

Elefant Records capitalizó, entre otras discográficas, una sensibilidad muy pura, a veces mal llamada infantil, que empezaba a aflorar en la también mal llamada generación Nocilla. Nosotros crecimos en un mundo (viendo el de hoy) libre de problemas, en el que la belleza y la delicadeza podían encontrarse a buen recaudo. Así entendimos, desde pequeños, que el camino de los mayores no era en modo alguno el correcto, y que todo aquello que se emprendiera dejando de lado quien uno realmente es no sólo está destinado al fracaso, sino que no tiene ningún sentido. 

Toda la iconografía (podíamos decir, para entendernos, insisto) que capitalizó Elefant reflejaba aquella visión de la vida pura, en la que el amor y la realización de las visiones más chispeantes y llenas de color eran lo que habían de mover, y de hecho movían, la vida.

¡Qué bella flor brotaba de la tierra gracias a los cuidados del mundo que nuestros papás, pletóricos, nos habían legado! ¡Ahora sí que sí! ¡En un estado del bienestar de esta categoría sí podremos llevar a cabo el mundo que vive en nuestros sueños! ¡Claro que sí!

Hasta que los malvados empezaron a hacer de las suyas.


Con la caída de las Torres Gemelas, provocase quien la provocase, se empezaron a poner los puntos y las comas en un terreno hasta el momento fértil para la imaginación y la paz. Y, poco a poco, se nos fue preparando para la aceptación, como hoy aceptamos, de un mundo en constante crisis en el que el color no tiene cabida ya que estamos demasiado ocupados en no morir de inanición. Primero fueron los controles en los aeropuertos, luego las cámaras en las calles, luego la necesidad (imperiosa, como el caballo de Jesús Gil) de recortes en materias sociales... Hasta que llegamos al día de hoy. Hoy ya no sólo podemos dar gracias a Dios por tener un trabajo, sino por estar vivos. A esto hemos llegado. 

¿A quién puede beneficiar esto? Evidentemente, a aquel para el que trabajemos para no morir de hambre. Esto es tan evidente que espanta. Ya no trabajamos para hacer un mundo mejor, como antes daba la sensación que hacíamos, sino que lo hacemos para que se nos permita vivir en alguno. ¿A quién le importa un mundo mejor? A mi me importa que trabajes para mi, ya que yo no quiero mirar a ningún otro sitio que a mi propio ombligo, y mucho menos trabajar. Prefiero verte sufrir desde este pedestal de metacrilato que bajar ahí a trabajar como tú en algo. Así de grande es mi miseria y así de grande es mi estupidez. 

Pero sigamos. 


     
¿Qué fue de la delicada Sensibilidad Elefant en este mundo en el que el embate del poder masculino fue tan grande, tan aterrador, tan loco? ¿Qué fue de ella, si es que verdaderamente desapareció? Bueno, por mucho que se luche contra la Verdad no se podrá vencer, esto ya os lo digo yo antes de que digáis tonterías. Como el agua cuando le impiden el grácil fluir, la S.E. no desapareció, sino que acumuló fuerza. La belleza no manifestada crea violencia en potencia para hacerse así un cauce de expresión. Por eso es tan insensato intentar detenerla.

¿Valen hoy de algo las melodías sencillas, como brotes de lenteja en un algodón, ante tal poder masculino que pega fuerte? Dejándome de matices, voy a decir que no. Este mundo que hoy tenemos entre manos (o encima, según se mire) no admite mariconadas. No me malentendáis, no asocio delicadeza con homosexualidad. Pero la delicadeza tiene sentido cuando no existe un poder injusto que no la deja manifestarse. En ese caso la delicadeza se convierte en mentira, porque ¿qué delicadeza puede ser la que acepta un poder injusto? Ninguna. Eso es impostura y, como ya sabemos, la impostura es el opuesto a la molonidad.

Hoy la Sensibilidad Elefant ha de pegar fuerte como un martillo, ha de desafiar, ha de gritar, ha de romper cuellos, ha de rasgarse las vestiduras, ha de pisar gargantas. No por maldad, sino porque clama por su liberación. ¿Qué clase de sensibilidad es la que no hace nada en un mundo injusto? La mediocre, la maricona. La pelele. 


Por tanto hoy lo que llamaríamos en el 2000 "un chico Elefant" debería ser alguien como Zlatan Ibrahimović. Un chico sensible (si no te queda claro mirándole la cara, recuerda que Mourinho lo quería como Jesús a Juan) que se comporta de forma marcadamente desafiante. 

Yo soy el mejor. Tú eres mierda, yo no. Yo gano, tú pierdes. Destruiré tu puto mundo y pondré en su lugar el mío. Ese es el espíritu. 

Hoy aquel mismo chico que escuchaba los primeros discos de La Casa Azul ha de estar lleno de fuerza y rabia para decir "aquí estoy yo y no vas a pasar por encima de mi, antes reventaré tus putas entrañas si no andas con puto cuidado". ¡Oh! ¿Y qué pasó con ese alma sencilla y pura que escuchaba EP´s en un tocadiscos de plástico de colores tumbado boca abajo en su alfombra de pelo alto? 

Es la misma. Sólo que ahora es capaz de llevar adelante esa sensibilidad de la que antes sólo era espectador. Ahora es actor y va a romper tu puto cuello si insistes en joderle.

Así que no le jodas. Palabra.