martes, 1 de noviembre de 2016

Michael Jackson x2 Blood on the dance floor Invencible

Un dos por uno, señora. Y en cajita de cartón. ¿Se le ocurre a usted mayor lujo? No lo busque, porque no lo hay.


El lujo tiene mucho de felicidad sin esforzarse. Hoy en día el lujo duro, el lujo este asiático, es hacer exactamente lo que sale de tu infantil corazón sin filtro alguno. Vamos, yo ya no me imagino otro modo de vida. El lujo es lo que tiene, que se acostumbra a él uno muy rápido.

Antes el lujo tenía que pasar por el filtro del sistema, indefectiblemente. Había que tener un pie en el sistema y otro en quién eres tú mismo. El sistema era lo suficientemente confortable como para poder tener un pie metido en él. Pero luego el sistema se hizo demasiado inhabitable y, para vivir con lujo, tenías que salirte de él completamente.


Si tienes que esforzarte por hacer lo que haces eres un paria. Si tu vida no se asemeja al tranquilo fluir de un arroyo cristalino tu vida no es lujosa. ¡Menuda putada! ¡Y tú que te habías esforzado la hostia por acumular enseres y servicios! Pues ya ves, si fueras moderno radical como yo hubieras sabido que en el futuro, es decir, hoy, el lujo no sería así. Yo es que tengo poderes predictivos y ya lo sabía, así que pude encaminarme hacia él con mucha premura.

En el lujo futurista en el que vivo el dinero no es la base de la cuestión, es un mero adorno. Lo que antes servía como cimientos de la casa ahora son las cortinas. Aunque me encanten las cortinas, puedo vivir sin ellas perfectamente. Pero si un día me compro unas cortinas será estupendo, claro. Pero a lo que voy es que ahora lo del dinero no es crucial.


La base de tu vida ya no está donde estaba. Antes la base era tu curriculum, y sobre él se construía todo lo demás. Ahora mi curriculum es un diploma que tengo enmarcado para que lo miren las visitas y digan “joder, Juan, pues sí que tienes tú estudios” y yo pueda decir “sí, sí, ya lo sé, pero no es algo a lo que dé mucha importancia”, quedando claro que voy de sobrado, porque por lo que tú darías una pierna yo hablo de ello como de unas zapatillas de deporte bonitas que me hubiera comprado.

Dios ha sido el cerebro de este nuevo orden mundial, naturalmente. Dios vio que todo andaba muy pervertido últimamente. Que lo que había de ser la base del hombre, la familia, no se le estaba dando la importancia que tenía en el anterior mundo en el que vivíamos. Dios sabe lo que les viene bien a sus hijos, que para eso se los inventó él, así que arrasó la civilización que estos, ingenuos, habían montando mandando una Crisis más terrorífica que mil plagas de langostas.


Ha sido como cuando Moisés guió a los judíos fuera de la civilización de aquel entonces, Egipto. Allí imagino que los judíos vivían como viven hoy un poco las buenas personas en el sistema: de forma precaria, porque no tienen los malos sentimientos pecaminosos necesarios para hacerte con una buena suma de dinero y vivir rodeado de glitter. Así que Dios me mandó a mi, que en vez de Moisés me llamo Juan, pero, oye, también tengo un nombre bíblico de categoría, y me ordenó que os sacase de una oreja de Egipto, por vuestro propio bien, para que pudieseis ser felices.

Dios sabe bien a quién elige, que para eso ve la partida desde arriba. Él no tiene la visión nublada por los disfraces que usamos aquí. Él sabe, de un vistazo, que el bueno es este y el malo es aquel. Así que me eligió a mi, de forma casi militar, para que os convenciera de seguirme. Y yo lo he conseguido, porque no podría ser de otra manera. Soy la ficha del tablero cuya función es esa. Hacer que los demás pringados me sigan. ¡Vamos, pringados! ¡En fila india! ¡Todos detrás de mi! Y me seguís.