Tener gustos caros es una cualidad que
tiene un añadido que acabo de descubrir, verbigracia: cuando bajas
al mundo de las clases populares, repugnantes, ves que tienen
versiones de lo caro pero baratas.
Acostumbrado al Ben & Jerry´s o,
si no queda más remedio, Häagen Dazs, recurrir a la Carte d´Or de
Frigo es un viaje chupiguay lleno de mequetrefez de señoritinga. Uno
se siente como una pija de Santander descubriendo cómo se hace el
pan.
Al igual que una pija de Santander
siente constantemente, yo ahora estoy sintiendo que estoy engordando.
Cuando digiera mi ingesta de helado la sensación desaparecerá, pero
la pija seguirá con ella. Así que supongo que en ese sentido la
pija me gana.
Engordar es una cosa muy chula y en eso
coincido con la pija. Uno se siente repugnante, satisfecho, sin
pensar en las consecuencias de los actos. Esta sensación de lúbrica
maldad es lo que se debe sentir en las orgías, por eso los romanos
hacían tantas, imagino.
El equilibrio entre bien y mal es un
tema que debería estar en los titulares de todos los periódicos por
su crucial importancia. En conciencia no siento que esté haciendo
nada de malo metiéndome tres cuartos de tarrina de vez en cuando,
siento que es un capricho que sienta bien a la totalidad. Los
caprichos nos ponen contentos y si estamos contentos todo funciona
mejor.
Sin embargo si me comiese cada día más
tarrinas sin importarme engordar como una morsa y teniendo a mi
familia esclavizada para comprarme helados sí estaría haciendo algo
malo. Primero a mi no me sentaría muy bien estar megagordo (aunque
fantaseo con la idea) y a mi familia tampoco le sentaría bien estar
esclavizada por un niño caprichoso.
Por tanto este tipo de equilibrio del
que hablamos es el que necesita un poco el mundo ahora mismo. Ni ser
un loco derrochador ni ser un esenio memo. Una cosa ni pa ti ni pa
mi. Una cosa que funcione, que me permita estar contento y por tanto
que todo funcione como la seda. Si yo estoy contento todo funciona
como la seda.
Si yo estoy contento mando igual de
bien pero no me duele la cabeza, por lo que mis órdenes serán más
claras para tus oídos y saldrás ganando. La comprensión de la
esencia de la cuestión será más perfecta y los daños emocionales
en tus sentimientos (cosa muy molesta, te reconozco) quedarán
reducidos al mínimo. Por lo tanto mi satisfacción es la de la
generalidad.
Así argumentado resulta evidente que
yo tengo que estar bien alimentado. Podrías verlo sin que yo te lo
explicase, mejorando tu posición como empleado, pero como a ese
nivel de malabarismo no llegas me haces levantarme de mi sillón.
Shame on you.