¡Cómo nos gusta el underground! El
underground es aquello por lo que merece la pena vivir. Las trufas,
por ejemplo, crecen en el underground. Hace falta un cerdo bien
entrenado para encontrarlas, llevarlas a nuestra mesa y ¡ñam ñam!
comérnoslas.
Yo soy ese cerdo. Al tener una
resistencia natural a las heces y el barro no sólo soporto bien los
ambientes escabrosos sino que, encima, disfruto de ellos. Mi
naturaleza porcina me habilita para hazañas que vosotros, pobres
mortales, sólo sois capaces de soñar.
Supongo que, como todo, esto de buscar
trufas se puede enseñar. Pero como en todas las artes se necesita
una predisposición esencial, una tendencia natural a su búsqueda
sin la cual nunca acabaremos de ser cerdos-cerdos.
El mundo de las trufas está muy
desatendido. El desmesurado avance tecnológico ha precisado de
abandonar un poco a la madre naturaleza, que es donde crecen las
trufas. Por eso algunos cerdos criados en entornos urbanos hemos
mutado y somos capaces de olfatear trufas que crecen en la ciudad,
lejos de su hábitat. Nos hemos especializado en trufas radioactivas.
La línea de sangre de los cerdos
estamos un poco así-así. Tener que dedicar tanta energía a la
construcción de estructuras post-crisis nos tiene un poco hasta
nuestros enormes huevos de cerdo. Yo, por tanto, aprovecho cada
momento que tengo libre para irme a Cash Converters, centros Cex y
tiendas de segunda mano en general, que es donde crecen las mejores
trufas a día de hoy. Palabra de Porky.
Si tú también eres un cerdo podemos
intercambiar apuntes sobre nuestros mejores hallazgos. Pero tómatelo
con calma, amigo cerdo, porque como España en general yo estoy un
poco proteccionista también. Sólo me gusta lo mío y nada más que
lo mío. Como España, abriré mis fronteras más adelante, cuando
esté menos en bragas, pero de momento jugaremos según estas reglas,
cerdito.
¿No te reconforta, cerdo querido, que
Juan marque unas reglas tan claras e inteligentes del cerdo juego?
Gracias a Juan podremos rearmar nuestra pocilga poco a poco mientras
no está suficientemente bien colocada para recibir vistas. Yo el
otro día eché un vistazo a la tuya y, caray, pensaba que yo estaba
mal. ¡Qué duro ha pegado la crisis!
Así que nada, cerdo bienamado, te dejo
porque ahora hay otros asuntos que reclaman mi atención. Por
ejemplo, tengo que poner hoy una verja aquí para que los fachas no
puedan ver qué nos traemos entre manos. No paran de dar consejos
malísimos y hacer observaciones infantiles y superpoco lúcidas. Ya
sabes cómo son, cerdi. Tan bien como yo, ¿verdad?
De esta vez, ya que estamos montándolo
todo desde el principio, podríamos poner la verja de amianto. Para
que no la puedan romper y dejen de molestar. ¿A que es buena idea?
Idea de Juan, naturalmente.