martes, 27 de febrero de 2018

Tony Hawk´s Underground 2


¡Cómo nos gusta el underground! El underground es aquello por lo que merece la pena vivir. Las trufas, por ejemplo, crecen en el underground. Hace falta un cerdo bien entrenado para encontrarlas, llevarlas a nuestra mesa y ¡ñam ñam! comérnoslas.


Yo soy ese cerdo. Al tener una resistencia natural a las heces y el barro no sólo soporto bien los ambientes escabrosos sino que, encima, disfruto de ellos. Mi naturaleza porcina me habilita para hazañas que vosotros, pobres mortales, sólo sois capaces de soñar.

Supongo que, como todo, esto de buscar trufas se puede enseñar. Pero como en todas las artes se necesita una predisposición esencial, una tendencia natural a su búsqueda sin la cual nunca acabaremos de ser cerdos-cerdos.


El mundo de las trufas está muy desatendido. El desmesurado avance tecnológico ha precisado de abandonar un poco a la madre naturaleza, que es donde crecen las trufas. Por eso algunos cerdos criados en entornos urbanos hemos mutado y somos capaces de olfatear trufas que crecen en la ciudad, lejos de su hábitat. Nos hemos especializado en trufas radioactivas.

La línea de sangre de los cerdos estamos un poco así-así. Tener que dedicar tanta energía a la construcción de estructuras post-crisis nos tiene un poco hasta nuestros enormes huevos de cerdo. Yo, por tanto, aprovecho cada momento que tengo libre para irme a Cash Converters, centros Cex y tiendas de segunda mano en general, que es donde crecen las mejores trufas a día de hoy. Palabra de Porky.


Si tú también eres un cerdo podemos intercambiar apuntes sobre nuestros mejores hallazgos. Pero tómatelo con calma, amigo cerdo, porque como España en general yo estoy un poco proteccionista también. Sólo me gusta lo mío y nada más que lo mío. Como España, abriré mis fronteras más adelante, cuando esté menos en bragas, pero de momento jugaremos según estas reglas, cerdito.

¿No te reconforta, cerdo querido, que Juan marque unas reglas tan claras e inteligentes del cerdo juego? Gracias a Juan podremos rearmar nuestra pocilga poco a poco mientras no está suficientemente bien colocada para recibir vistas. Yo el otro día eché un vistazo a la tuya y, caray, pensaba que yo estaba mal. ¡Qué duro ha pegado la crisis!


Así que nada, cerdo bienamado, te dejo porque ahora hay otros asuntos que reclaman mi atención. Por ejemplo, tengo que poner hoy una verja aquí para que los fachas no puedan ver qué nos traemos entre manos. No paran de dar consejos malísimos y hacer observaciones infantiles y superpoco lúcidas. Ya sabes cómo son, cerdi. Tan bien como yo, ¿verdad?

De esta vez, ya que estamos montándolo todo desde el principio, podríamos poner la verja de amianto. Para que no la puedan romper y dejen de molestar. ¿A que es buena idea? Idea de Juan, naturalmente.