¡Vaya mosqueo que se cogió Charlie
Sheen! No tengo ni idea de qué pasó exactamente, lo que sí sé es
que se lo cargaron de Dos Hombres y Medio y en su lugar pusieron a
Ashton Kutcher, que es probablemente su opuesto total. ¿Lo es?
Francamente, ya no estoy tan seguro. En
principio le miras a Ashton a la cara y todo perfecto: un dulce
chico. Pero cuando le vi reprimiendo a una activista espontánea en
una presentación de Airbnb, compañía de la que es pingüe
accionista, ya no me pareció tan dulce. ¡Qué mala hostia! Todo
sonrisas hasta que le tocan “su cosa”. Así no vale.
Ver esto me llevó a pensar que Ashton
no es tan diferente de Charlie. Lo único que les diferencia es cuál
es “su cosa”, pero cuando se toca estallan los dos como los
machos camachos que son. La diferencia es que uno hace como que no y
al otro le da igual.
En principio me gusta saber qué cartas
lleva el otro, así todo me queda claro de entrada. Ah, que tú eres
un ególatra irrecuperable. Estupendo. Tendré cuidado con esa tema,
tranquilo. Ah, que tú eres tonto como una naranja. Ningún problema.
No hablaré de ecuaciones.
Entiendo perfectamente que la gente
ponga sus líneas rojas. Yo tengo las mías bien definidas y además
estoy dispuesto a negociarlas si el trato es justo. Ahora bien, si
alguien me viene del palo de que él no tiene línea roja alguna y
luego acaban saltando las alarmas ya me enfado. ¿Pero no eras Santa
Claus? ¿A qué viene este berrinche entonces?
Lo mejor es soltar el gruñido justo
después de conocerse. Así el asunto queda dirimido de entrada. Uy,
con este hay que tener cuidado de no tocarle aquí. Fíjate, un
comentario de nada y ya está gruñendo. Los perros hacen lo mismo y
les va cojonudamente. ¿Por qué los humanos tenemos esa necesidad
imperiosa de agradar a costa de “nuestra cosa”?
Como los perros, si a mi me vienes a
tocar “mi cosa” sin respeto y así como de cualquier manera
suelto el gruñido. ¡Qué enfadicas es Juan! Pues sí, chico, soy
muy enfadicas. Soy el más enfadicas de todos, podríamos decir.
Ahora que ese punto ha quedado claro, ¿qué me ibas a contar?
El razonamiento para hacerse el
simpático es claro: si gruño demasiado la gente se apartará de mi
y pagaré una penalización social grande. Sin embargo, si dejas que
la gente manosee “tu cosa” como le venga en gana pronto “tu
cosa” estará pringosa y te quedarás sin nada que aportar al juego
social. ¿Cómo vas a equilibrar tan delicada cuestión? Estoy
deseando ver qué inventas.
¿Es mejor un gruñón o un Pepe
Sonrisas? En este punto del desarrollo humano prefiero al gruñón.
Hoy todo el mundo es simpatiquísimo. Antes todo el mundo era gruñón
y uno prefería al simpático. Pero ahora han cambiado las tornas.
Por tanto hoy por hoy, en Octubre de 2017, escojo al gruñón. En
2018 ya veremos a ver.