miércoles, 20 de septiembre de 2017

Historias de la puta mili

¿A quién no le gusta Ramón Tosas Ivá? A los millennials, que no deben saber ni quién es. ¡Así nos va! Perdemos el terruño en pos del microchip y encima nos creemos que hemos ganado en el trato.


Mi andadura por estos, digamos, diez años de crisis me ha hecho aprender muchas cosas. Ha sido, podríamos decir, una puta mili para mi. Una de las cosas más interesantes que he descubierto es cómo piensan nuestros queridos amigos fachas. Antes eran mi enemigo mortal, ahora son un simpático vecino con más malas pulgas que mala fe.

Yo en el combate, en la guerra total, soy como Ender de El Juego de Ender. Mi fuerte no es la envergadura física sino la inteligencia y la capacidad estratégica. Para derrotar de forma definitiva a un enemigo hay que pensar como él porque así seremos capaces de descubrir su punto débil. Nuestra arquitectura cerebral está siempre diseñada para proteger el punto más débil de nuestra alma. Por lo tanto adoptando los patrones mentales del enemigo se nos revelará la respuesta que buscamos.


Sin embargo, como Ender, cuando uno hace esto se lleva una sorpresa: el punto débil del enemigo lo es porque es inocente. Cuando uno ve esto se acaba la guerra porque le resulta imposible ejecutar a un inocente. Toda la maquinaria de guerra que el enemigo ha desplegado tenía perfecto sentido desde el punto de vista de él. Así que cuando se es una máquina de matar tan implacable como lo soy yo el siguiente paso es convertirse en una máquina de traer paz a este bello mundo.

La manera definitiva de acabar con la guerra es entender que en realidad no hay conflicto alguno. Todo era un error de percepción, un malentendido. Cuando ves la inocencia del enemigo trabajas a su favor y no en su contra y el enemigo a cambio hace lo mismo contigo.


¿Te suena todo esto meapilas? Debería, porque un poco lo es. Es más guay la guerra que la paz, por eso existen videojuegos de naves y de peleas callejeras. No hay videojuegos de podar rosas. Bueno, alguno hay, pero es un videojuego casual de la Wii, una cosa como de principios de siglo. La guerra nos mola porque es divertida. Todo el día dándonos besos agobia.

Sin embargo podemos entender la guerra como lo que es, un juego que nos hemos inventado. Si la vemos como un juego y no como algo superserio podremos mantener sus emocionantes formas pero salvaguardando su inocente fondo. Entender que la guerra es una tontería nos brinda paz y encima diversión.


La guerra es una pelea de niños en la que vale pegar pero sin hacer daño. Y pasa lo de siempre, que uno se emociona y acaba pegando un poco fuerte de más. Entonces ya la tenemos liada. Si no pedimos perdón inmediatamente la cosa se puede llegar a liar tanto como para tirarnos una bomba nuclear a la cabeza. Así que con un poco de buena voluntad podremos divertirnos peleando pero sin que la sangre llegue al río. Una pelea como de perros, divertida, bonachona. Como de aldea de Astérix.

¿Veis qué fácil es, insectos? Muy bien, pues ahora id a predicar la palabra que os ordena predicar vuestro puto amo. Venga. Ya estáis tardando.