El Dr. Dolittle charla con los animales
como tú charlas con el portero de tu finca o con el compañero que
te ha tocado en el asiento de atrás del coche de Uber.
Los “unicornios” (no se me ocurre
nada más cursi y por tanto más apropiado) dejan atrás en el diseño
de sus negocios una serie de factores para mi gusto claves,
cruciales. Por ejemplo, yo nunca seré cliente de Uber ni de ningún
servicio de car sharing porque odio hablar con la gente. La gente me
parece toda retrasada mental y, lo que es más importante, a ti
también.
Los unicornios tienen en su ADN la
voluntad de “cambiar el mundo”, por eso tienen ese hediondo aroma
hippie en todos sus movimientos. Por alguna razón, la gente que
tiene por objetivo cambiar el mundo pasa por alto realidades que por
ser desagradables no significa que no sean realidades. ¿Crees que
por obviar que hablar con la gente es un coñazo el mundo va a
cambiar más rápido? No, en todo caso cambiará más lento porque no
estás teniendo en cuenta una variable importante para su cambio.
Como dice el alcalde de Nueva York en
Cazafantasmas 2 tratar como mierda a los demás es un derecho que
Dios ha dado a todos los neoyorkinos. Y si se lo ha dado a los
neoyorkinos no sé por qué no se lo ha dado a los madrileños, digo
yo. Los madrileños estamos dentro del tratado de los Derechos
Humanos y por tanto tenemos derecho a reírnos de un hippie
buenrollero de estos que van repartiendo abrazos gratis y demás
mierda absurda.
Yo odio que la gente me toque. Para que
alguien te toque te echas novia, como se ha hecho toda la vida de
Dios. Si no dejo que me toque mi familia imagina lo que opino de un
hippie que reparte abrazos gratis. Y tampoco quiero preguntarle al
otro cliente de Uber que a dónde va, que qué va a hacer allí y que
qué opina del día tan precioso que hoy nos ha regalado la madre
Gaia.
Hacer como que todos somos chupis no
hace que lo seamos ni por asomo. Lo que hace es que una panda de
amargados cada vez más amargados por la edad hagan el ridículo
comportándose como niños retrasados de un jardín de infancia
especial. ¡Tenemos pulgas! Hacer como que no nos pica lo que hace es
que a la larga explotemos porque el buen rollo imperante no nos deja
rascarnos.
“¡Juan, pero es que diciendo eso le
quitas la piedra angular a mi negocio!”. ¡Ah! ¿Y a mi qué me
cuentas? Haberlo pensado mejor, no te jode. Si no la hubiera quitado
yo la hubiera quitado la realidad ella solita, así que en vez de
pillarte un berrinche como el niño millennial caprichoso que eres
dame las gracias y sigue tu camino.
El buen rollo funciona cuando el
ambiente es de mal rollo, pero ahora ya no hay tanto mal rollo como
antes. Por lo tanto los “unicornios” (sic) ya no tienen tanto
sentido. Ahora, más tranquilos, se ve que la luz que emitían no era
luz ni era nada, eran cuatro plásticos recortados que reflejaban la
luz de las farolas. Pero luz-luz no emiten ni los cojones de luz.
¿Te imaginas el mundo perfecto como lo
piensan los unicornios? ¿Todo el mundo vestido con toga y dándose
abrazos a diestro y siniestro? Dios mío, si ese es el mundo perfecto
que tienen pensado hay que acabar con ellos cuanto antes.