sábado, 30 de septiembre de 2017

Dr. Dolittle

El Dr. Dolittle charla con los animales como tú charlas con el portero de tu finca o con el compañero que te ha tocado en el asiento de atrás del coche de Uber.


Los “unicornios” (no se me ocurre nada más cursi y por tanto más apropiado) dejan atrás en el diseño de sus negocios una serie de factores para mi gusto claves, cruciales. Por ejemplo, yo nunca seré cliente de Uber ni de ningún servicio de car sharing porque odio hablar con la gente. La gente me parece toda retrasada mental y, lo que es más importante, a ti también.

Los unicornios tienen en su ADN la voluntad de “cambiar el mundo”, por eso tienen ese hediondo aroma hippie en todos sus movimientos. Por alguna razón, la gente que tiene por objetivo cambiar el mundo pasa por alto realidades que por ser desagradables no significa que no sean realidades. ¿Crees que por obviar que hablar con la gente es un coñazo el mundo va a cambiar más rápido? No, en todo caso cambiará más lento porque no estás teniendo en cuenta una variable importante para su cambio.


Como dice el alcalde de Nueva York en Cazafantasmas 2 tratar como mierda a los demás es un derecho que Dios ha dado a todos los neoyorkinos. Y si se lo ha dado a los neoyorkinos no sé por qué no se lo ha dado a los madrileños, digo yo. Los madrileños estamos dentro del tratado de los Derechos Humanos y por tanto tenemos derecho a reírnos de un hippie buenrollero de estos que van repartiendo abrazos gratis y demás mierda absurda.

Yo odio que la gente me toque. Para que alguien te toque te echas novia, como se ha hecho toda la vida de Dios. Si no dejo que me toque mi familia imagina lo que opino de un hippie que reparte abrazos gratis. Y tampoco quiero preguntarle al otro cliente de Uber que a dónde va, que qué va a hacer allí y que qué opina del día tan precioso que hoy nos ha regalado la madre Gaia.


Hacer como que todos somos chupis no hace que lo seamos ni por asomo. Lo que hace es que una panda de amargados cada vez más amargados por la edad hagan el ridículo comportándose como niños retrasados de un jardín de infancia especial. ¡Tenemos pulgas! Hacer como que no nos pica lo que hace es que a la larga explotemos porque el buen rollo imperante no nos deja rascarnos.

“¡Juan, pero es que diciendo eso le quitas la piedra angular a mi negocio!”. ¡Ah! ¿Y a mi qué me cuentas? Haberlo pensado mejor, no te jode. Si no la hubiera quitado yo la hubiera quitado la realidad ella solita, así que en vez de pillarte un berrinche como el niño millennial caprichoso que eres dame las gracias y sigue tu camino.


El buen rollo funciona cuando el ambiente es de mal rollo, pero ahora ya no hay tanto mal rollo como antes. Por lo tanto los “unicornios” (sic) ya no tienen tanto sentido. Ahora, más tranquilos, se ve que la luz que emitían no era luz ni era nada, eran cuatro plásticos recortados que reflejaban la luz de las farolas. Pero luz-luz no emiten ni los cojones de luz.

¿Te imaginas el mundo perfecto como lo piensan los unicornios? ¿Todo el mundo vestido con toga y dándose abrazos a diestro y siniestro? Dios mío, si ese es el mundo perfecto que tienen pensado hay que acabar con ellos cuanto antes.