sábado, 30 de julio de 2016

Catherine

Ah, los creativos independientes. Qué discurso tan independiente al establecido. Qué senda tan sexy, la que han elegido. Qué sobrevalorados están, quizás.


Este es un juego de uno de esos tipos tipo Suda 51 que ahora no me acuerdo cómo se llama. En él nos plantea un profundo debate filosófico: ¿qué piba es mejor, la sensata pero estrecha o la sexy pero alocada? ¡Menos mal que te has hecho independiente, tío, el mundo no podría pasar ni un día más sin tu reflexión! ¡Las grandes corporaciones no entienden lo delicado de tu planteamiento! ¡Menos mal que has decidido dar un paso adelante! ¡El sueño no ve venía si alguien no lograba desfacer tal entuerto!

En fin. El caso es que este juego mola porque salen dos pibas que están muy buenas, que se llaman Catherine. Las dos. Con eso ya vale para que el juego esté en tu estantería. Apreciar que una tipa simplemente esté buena suele ser tachado de superficial, pero es lo menos superficial que puede haber. ¿Cómo se puede tildar de burdo que una mujer te haga sentir lo más elevado simplemente siendo lo que es? Hay gente que, de verdad, no le iría mal pasarse por la universidad.


Una piba tiene gafas de pasta y habla por el móvil. Organiza la vida de sus novios hasta el último detalle y es, digamos, la típica bruja. La otra es rubia y angelical, y siempre parece estar atenazada por un dolor insoportable que en realidad es mentira, pero a ti te da igual porque es tan guapa que tal ángel no puede mentir. Es, digamos, la típica loca. ¿Con cuál te quedas, tío? Bueno, la verdad es que no está tan mal el planteamiento, ahora que me fijo. Hay mucha tela que cortar.

Cuando seáis viejas y toda esa belleza de la que tiráis se desvanezca me tendréis que explicar cuál era la clave de todo. Porque yo, de verdad, no lo entiendo.

Cuanto más escribo más cerca me siento del creador de Catherine. Ahora te entiendo, tío, claro, normal que hayas hecho un juego. Yo te apoyo, man.

El juego te cuenta la historia del tronco que está en este cruce de caminos. Se va a casar con la sensata pero siente que en su vida falta algo. Y de repente aparece la rubia jorobándolo todo porque tiene lo que no tiene su piba: vida. Y ahí el tío empieza a flipar con la culpabilidad, con lo que puede perder si se va con la rubia, lo que puede perder si se queda con la suya, lo cerdos que son los tíos, lo ovejiles... En realidad este en un videojuego que podrían haber hecho Antonio Resines y José Coronado en la década de los 90, pero como es japonés y lo ha hecho un creata indie pues te lo meriendas pensando que es huevas de esturión sobre mantequilla de trufa.


¿Y cuál es la mecánica de juego que desarrolla este planteamiento?, te preguntarás. Pues un puzzle, tío. Que pareces tonto. El tronco cada noche se acuesta y los sueños ponen orden en su atribulada cabecita. Tiene que ascender por unos bloques que tiene que empujar (o tirar de ellos) para colocarlos bien y seguir subiendo. Vamos, un juego de puzzles de toda la vida, pero vestido por este debate que nos tiene a todos los pibitos volviéndonos locos, por lo que se ve. No soy el único.

Y nada, la historia se desarrolla con un anime bien dibujado en el que el tío se encuentra con la rubia, pide consejo a sus estúpidos colegas (todos los colegas del planeta son estúpidos, por lo que se ve), se vuelve psicótico con su propia culpa... En fin, lo que nos ha pasado a todos. No hay nada nuevo bajo el sol.

¿Debes pillarte Catherine? Bueno, nunca está de más tener uno de esos juegos que parecen diseñados de entrada para ser de culto. Si nos ponemos finos esto no mola nada, porque diseñar algo para que sea de culto es la aberración más aberrante que se puede tirar a la cara a las verdaderas cosas de culto, que son involuntarias. Pero desde el punto de vista económico se te puede revalorizar con los años, así que si lo ves en un Cash Converters, lugar donde no tienen ni la más puta idea de lo que venden, hazte con una copia. No es mala inversión.

¡Zorras! ¡Zorras! ¡Zorras! ¡Zorras!