Voy a tirar ahora un poquito de los
juegos de DS, a ver qué pasa. Este es mi Mario Kart favorito. No sé
si es porque es al que mejor juego o porque tiene un equilibrio muy
guay entre técnica dura y diversión como por diversión. No sé, yo
me entiendo.
Para mi la Nintendo DS fue como cuando
resucitó Cristo, un subidón. Había yo pasado largos años en la
oscuridad, resentido porque los macarrillas habían hecho suyo el
mundo consolero tras la PlayStation después de haberme comido la
oreja durante años sobre que qué es eso de las consolas, que menuda
mariconada, que cuánto dinero te estás dejando en estas cosas
cuando podías comprarte un buen par de calcetines... Vamos, la
reobscenidad. Como pillar a tu padre de putas después de que te haya
echado la charla.
Así que durante aquellos años renegué
de los videojuegos, aunque los pobres no tenían culpa de nada.
Miento, porque los seguí jugando por la tan ortodoxa vía del PC.
Ah, sí. Aquellos años fueron muy buenos.
Yo tuve un 486 y un Pentium III.
Aquellos ordenadores están en mi corazón en un departamento
separado del de las consolas. En un departamento más frugal pero más
digno. Como ese aparte en el que los trabajadores de mantenimiento se
juntan cuando hay un pica-pica en la empresa el día que se jubila
Carlos. No se juntan con los guays, pero sin ellos todo se vendría
abajo. ¿Quién es realmente aquí el guay?
Pasé años jugando al Doom en
shareware, al Age of Empires II, al PC Fútbol con el Ricardo, al
Worms con mi amigo Manolo... Esperando, pacientemente, el día en el
que Dios Padre tuviera a bien abrir las puertas de la parte más
prístina de su Obra. Y como yo tengo el don de escuchar esos
tambores redoblar en mi corazón, estaba preparado para el
acontecimiento.
Así que le comí la cabeza al Rafa con
mi filosofía barata: la DS vuelve al origen de los videojuegos,
donde todo era más puro. Algo infantil, no testosteronizado como nos
había hecho tragar a martillazos la Playstation 2.
Las Consolas Que Sirven Al Mal se
delatan porque, con el paso de los años, su valor como objeto de
coleccionista es bajísimo.
Con la cabeza comida, se compró junto
conmigo la Nintendo DS en el pack Nintendogs. Y allí estábamos los
dos, como dos mariconas llamando al perro por su nombre en el
micrófono incorporado de la consola. Qué vergüenza.
Y nada, así es cómo volví al mundo
de las consolas. Yo no me corto ni un pelo, puedo pasarme 7 años sin
ir al pueblo pero cuando llego te hago las mismas bromas con las que
te dejé. ¿Tengo que dar explicaciones? A ti, desde luego, no.
Y como hay que comprarse juegos, pues
me compré este Mario Kart DS, que me parece elegantísimo, finísimo.
El más refinado uso del derrape. Y fui perfeccionando mi técnica
hasta que se convirtió en perfecta.
La historia de mi vida.