Según los numismáticos, la gente que
entiende de monedas, el euro es la moneda con el valor artístico más
bajo de todas. Estoy de acuerdo. Esto es un sin Dios, una cosa hecha
en cinco minutos, un billete diseñado en un comité de marketing.
Como sabéis, en los comités de
marketing se juntan las personas de más baja ralea de nuestra
sociedad. Son los que no encajan en ningún otro sitio. No son tan
inteligentes como para hacer números, así que no están en
finanzas. No son tan creativos como para encargarse de esos trabajos.
No son tan valientes como para tomar decisiones, por eso no son el
presidente de la empresa. Así que ¡hala! todos al departamento de
marketing.
Ahí se encuentran, con regocijo, esos
niños de la clase que no destacaban por nada. No eran gamberros, así
que no tenían mucha gracia, porque el gamberro sería todo lo
gamberro que quieras pero era con el que te reías más con
diferencia. Pero tampoco es que fueran grandes estudiosos, así que
tampoco destacaban por notas. Y desde luego nunca les vi dibujar nada
más difícil que una margarita.
El departamento de marketing fue
diseñado en las catacumbas Illuminati para dar cobijo a aquellos
seres de la raza que no tenían cualidades para estar en ningún otro
sitio. Los Illuminati, esos padres bondadosos de todos nosotros,
creyeron necesario inventar un lugar donde sus hermanos más humildes
pudieran pasar por la vida sin romperse ese espinazo que no tienen y,
a la vez, que la sociedad sintiera cierto respeto por ellos. Aunque
sea un poco.
Así que pensaron que los productos que
la humanidad inventaba y así dar un sentido a su existencia
necesitaban ser vendidos. Dado que esta es una labor menor, ya que el
grueso de la cualidad humana se ponía en inventar productos,
pensaron, con tino, que este podía ser un buen lugar para todos esos
niños de la clase que sus cualidades eran discretas en todos los
aspectos.
¡Qué alegría! ¡Una papelera de
reciclaje que parecía una sopera de porcelana! ¿Se os ocurre un
invento mejor? En verdad os digo que ahí los Illuminati hicieron un
buen trabajo.
El plan Illuminati tenía un cabo
suelto. Por eso pienso que yo sería un Illuminati más perfecto de
los que hay hoy en día. Yo no dejo cabos sueltos, yo lo ato todo con
increíble eficiencia. En mis diseños no hay peros, y lo que te
pueda parecer un pero está diseñado para que te lo parezca, pero
tiene un objetivo ulterior. Así de grande es mi talento.
Lo que los Illuminati no pensaron es
que un diseño exterior tan deslumbrante para lo que no era más que
una papelera de reciclaje podía avivar la vanidad de nuestros
hermanos más sencillos, más débiles. Y así, henchidos de vanidad,
empezar a creer que eran más de lo que eran. Empezar a creer,
erróneamente, que tenían entidad por sí mismos cuando no era
cierto. ¡Ah, mis demasiado compasivos Illuminati! ¡Cometéis el
mismo error que yo, por eso os siento afines! ¡Tendéis a
sobrevalorar a los demás, por pura humildad, por pura compasión de
Dios! La experiencia me ha enseñado que un diseño perfecto ha de
ser un poco severo para que no pasen cosas como estas.
Y por este pequeño error, corregible
completamente, por otra parte, el departamento de marketing empezó a
engendrar osados insectos. Mosquitos que se creían águilas, ante
los atónitos ojos Illuminati y los míos. ¡Dios mío! ¡Esto no era
lo que queríamos conseguir! ¿Tan pagados de sí mismos están estos
pobres chicos para los que sólo queríamos lo mejor? ¿Es que no han
visto que queríamos hacerlos grandes para que no llorasen con su
pequeñez? ¿Han preferido sacar pecho antes que dar las gracias? Fue
un espectáculo doloroso para los Illuminati y para mi. Todos
lloramos amargamente, por haber sido los causantes, por exceso de
amor, de algo que podía hundir a nuestros hermanos más que si los
hubiésemos dejado sueltos.
Rápidamente nos pusimos en marcha para
corregir un diseño tan poco atinado. Los Illuminatis y yo, aunque
iluminados, no tenemos la perfección más perfecta, ya que esta
corresponde a Dios. Nuestra jornada consiste en ajustar lo máximo
posible nuestros actos a lo que el Padre nos sugiere que es la mejor
idea.
Lamentablemente lo que el Padre nos
sugirió es descorazonador: hacer que la papelera de reciclaje se
pareciese más a lo que es. A pesar de que nuestras intenciones eran
buenas la pequeñez de nuestros hermanos no agradecía nuestro gesto,
sino que lo despreciaba para glorificarse a ellos mismos. Así que la
opción era apretarles las tuercas, a pesar de que fuese su corazón
el que empezase a sangrar para que lo dejara de hacer el nuestro.
A nosotros nos da igual que nos sangre
el corazón, entendemos que en el dolor hay otra lección más que
nos acerca al Padre. Pero a unos chicos tan humildes esto les pareció
un castigo, ya que no tienen un horizonte tan apabullante ante ellos.
Así que tuvimos que sentir lo que siente Don Pantuflo cuando castiga
a Zipi y Zape al cuarto de los ratones: dolor de padre cuando
enmienda a sus hijos.
Todavía lo estamos superando. Tenemos
que tomar mucho Red Bull para que nuestro corazón vuelva a cantar.
Pero ha sido una jornada jodida.