miércoles, 28 de septiembre de 2016

Fin Carré con leche


Este chocolate cuesta un euro, y por tanto es el mejor chocolate de todo el lineal del chino. La gente sufre mucho por sus apetencias más sencillas, como el chocolate.


Hay gente que se somete a auténticas torturas por el mero hecho de ser como es. Han llegado a la conclusión de que el hecho de que les apetezca tomar chocolate es algo malo, como en otros tiempos los apetitos sexuales también se veían pecaminosos.

Hoy los apetitos sexuales verdaderos también se ven como pecaminosos, al igual que el hecho simplón de que chocolate sea lo que te apetezca, así que tenemos unas prácticas sexuales light que nos mantienen alejados de La Delgada Línea Roja y, a la vez, nos da consideración social, ya que hoy en día la promiscuidad moderada está bien vista y aplaudida.


Estos entramados sociales tan espantosos, tan infantiles, nos llevan a un modelo de pareja heterosexual que a mi me da la risa. Es que me los he cruzado ahora que bajé por chocolate y vengo descojonado vivo. Por eso lo tengo que contar.

Él es un pamplinas, gordito, de carácter endeble. A ese le haces así y te obedece en todo lo que mandes.


Ella es insoportable, irritante, desconsiderada, mandona, chillona, mema... Pero es mona. Así que se permite todas las chungueces que hace porque es mona y el pamplinas la aguanta.

Este modelo de relación es insostenible, claro está. O en cuanto vengan un poco mal dadas huele a cuerno quemado.


Porque aguantar a la tronca esa es un trabajo en sí mismo. El pobre chaval se ve que no aguanta más. Hace lo que puede, respira hondo para soportar el hecho de que ella lo sabe todo y él no sabe nada, ya que ella es lista y él muy tonto. Ese es el contrato que tienen firmado.

Sin embargo el colega tampoco se queda atrás. Va a rebufo, siempre es el número dos, nunca toma la iniciativa. Y a una chavala mona lista este panorama no le gusta nada porque ¡ha tenido que cargar con el feo!


Total, que se han quedado los dos con lo que han podido comprar. A él le viene bien una chica mona, porque eso nos viene bien a todos, pero con la particularidad de que un hombre no aguanta a esa mema cinco minutos. Ni la mira. Así que el colega decide aguantarla porque sale ganando. Así ella toma todas las putas decisiones, ese trabajo tan tedioso, y él se puede dedicar a contemplarla embobado.

Y a ella él también le viene bien. Porque ya se ha dado cuenta de que no tiene lo que hay que tener para acercarse a un hombre. Y este, bueno, es un poco calzones pero al menos tiene pene y no tengo que pasar por el duro trance de hacerme lesbiana. Y, chico, a mi lo que me gusta en la vida es mangonear, y este se deja cosa fina. Me parece bien.


En realidad el modelo de relación no tiene nada de malo. Es perfecto. La mierda de cada uno es el maná para el otro. Fallan en lo crucial, en que se pican el uno al otro. Así ese maná cada día se ve herido por la puya cotidiana. Y cualquier día el maná se acabará y los dos se quedarán atónitos, preguntándose qué ha podido pasar. ¡Si yo no he hecho nada!

Y así van, bajando por la escalera delante mío ofreciéndome un espectáculo triste disfrazado de vida jovial. Luego me he encontrado con mi vecino Alberto, gordo como un elefante, le conozco de toda la vida. Y cuando yo volvía con mi chocolate él subía con su mujer, apoyándose en silencio el uno al otro, como dos viejos elefantes. Esa relación, menos chispeante, más estoica, obtiene mi aprobado. Porque brillan menos pero se apoyan más. Los otros están demasiado ocupados en ser estrellas cuando no lo son.


Y luego me he cruzado a una vecina recatadísima, reluciente como una monjita, y ahí ya se me ha activado el pene. Porque a mi las que me gustan son las monjitas. Pero de eso ya hablaremos otro día.