Esto es un portaminas. Los niños de
buena familia tenían portaminas, no lápices. Los lápices eran para
los niños que tenían muchos problemas en casa, que sus padres no
les hacían caso y tenían que sublimar sus frustraciones comprando
lapiceros.
Los portaminas hacían que pudieras
prescindir de afilalápices o sacapuntas, según de la región de
España que fueras. Yo decía afilalápices porque mi familia es del
norte y allí se dice afilalápices. A mi me gusta más afilalápices
porque cierra más el cerco. Un afilalápices deja claro que sirve
para afilar lápices, pero un sacapuntas deja las cosas en el aire.
Sacar puntas ¿a qué? ¿De qué estamos hablando? Un sacapuntas
puede sacar la punta a cualquier cosa, a un palo del campo, a una
barrita de plástico. No sé, sacapuntas me parece más agreste, más
de persona que vive en la selva.
Cuando yo decía afilalápices la gente
me miraba sorprendida, como si estuviese hablando en un idioma
perdido. Pues no, es al revés. Es evidente que sacapuntas es una
palabra anterior a afilalápices, ya que concreta menos la cuestión.
Las cosas van de lo más amplio a lo más concreto, por lo tanto lo
más concreto es más avanzado. Primero se inventó el sacapuntas,
para sacar punta a cosas, así en general. Luego se inventó el
afilalápices, cuyo objetivo único es afilar lápices.
¿No es esto evidente? ¿No es una
cuestión diáfana? Yo creo que sí.
Un portaminas hace más señor. Un
lápiz es para cualquier perro callejero que usa un invento así de
la edad de bronce. Sin embargo un portaminas habla de la Revolución
Industrial, de cuando se pensó que el lápiz podía ser mejorado. El
cuerpo del portaminas se mantiene y sólo se renuevan las minas,
mientras que un lápiz pierde su cuerpo para que la mina pueda seguir
avanzando. El lápiz es una forma de vida basada en carbono, un
portaminas es una forma de vida basada en silicio.
Perder el cuerpo para que pueda seguir
avanzando el espíritu es una cosa como super siglo XX, muy pasada de
moda. En el siglo XXI el espíritu puede seguir avanzando sin
necesidad de perder el cuerpo.
Los fabricantes de la Crisis son
lápices, seres que sienten que su momento de la Historia se ha
acabado y quieren agarrarse a la existencia con todo lo que tienen,
porque, como garrapatas ante el champú canino, sienten que se acabó
lo que se daba.
Los que nos hemos tenido que comer sus
gilipuerteces somos portaminas, seres más avanzados que hemos tenido
que soportar, estoicamente, el berrinche de un aparato desfasado.
¡Cómo lloran los lápices! ¡Qué mal llevan eso de que su momento
se ha terminado! ¡De qué triste manera intentan hacernos creer que
el mundo está diseñado para los lápices cuando no es así de
ninguno de los modos! El mundo es para los portaminas, ya que la vida
no puede sino avanzar constantemente y, si alguna vez retrocede, tan
sólo es porque está tomando impulso.
¡Tu osadía hace que me sangren los
ojos, triste lapicero! ¡Acepta tu inferioridad, por Tutatis! De
hacerlo quizás tenga a bien crear alguna manera de que no
desaparezcas tan rápidamente como ocurrirá si te empeñas en ser tú
quien dirige el cotarro. Sin embargo, si dejas que el que lo dirija
sea tu orgullo y no yo temo que desaparecerás más rápidamente de
lo necesario.
Acepta tu lugar en la Creación y
consiente que te salve de ti mismo. Tu orgullo es mal consejero, ya
que responde al capricho de un niño asustado. Sin embargo yo soy un
consejero de la hostia, ya que respondo a los mandatos del Altísimo.
Y el Altísimo me exhorta a que te coja por una oreja y te coloque en
tu lugar, como el lapicero que eres, y te cuide para que no
desaparezcas tan rápido como tu orgullo hará que lo hagas.
¿No ves que trabajo para ti, pequeño
gallifante? ¿Cómo eres tan tontín? ¿Cómo apartas de ti a la mano
salvadora que hará de tu vida un Jardín del Edén? ¡Ah! ¡Qué
tonto eres! Tu estupidez te hace tan inservible como encantador.
Como un lápiz.