miércoles, 28 de septiembre de 2016

The Best of Old Skool 2 Cd Four


De vez en cuando me sienta bien bañarme en mierda. La mierda tiene cualidades regenerativas, como bien saben las plantas que en tu huerto urbano luchan por florecer teniendo como base una patética maceta, así que yo me aprovecho de eso, como de otras muchísimas cosas.


No tengo ni idea de qué me encontraré dentro de este icónico CD, con su carita de acid, hoy llamado emoji. Emoji es una palabra que me resulta tediosa, yo dejé ese mundo cuando los emojis se llamaban, como mucho, emoticonos.

La evolución lógica de emoticono hacia algo con la misma estructura que emoji sería emoti. Emoji parece que apela a un rollo japonés que yo no veo por ninguna parte. Cuando alguien dice emoji se está delatando como un ser completamente pasado de moda.


Ahora está todo plagado de peluches de emojis, de lo que yo llamo, campestremente, “iconitos de Whatsapp”. La caquita de Whatsapp se ha hecho un icono pop, recordándoos que mierda sois y en mierda os convertiréis. Yo llevo el concepto más allá y me baño en mierda, yendo, como siempre, un paso más adelante que vosotros.

El icono de la caca es para aquellos que intuyen las propiedades regenerativas de las heces pero no se atreven a pasar de la idea prefabricada. La sociedad de consumo está diseñada para que no te tengas que enfrentar a la verdad, ya que esta a veces requiere un esfuerzo más allá de poner el despertador a las 7.30. Nuestros padres fundadores tuvieron en cuenta tu tendencia a la extinción cuando diseñaron esta sociedad tan pletórica. Te mantienen en un tibio duermevela para que no tengas que rebajarte a esforzarte por las cosas, como un animal cualquiera.


Yo no tengo problemas con esto, paso por tu lado sin alertarte de que pronto tu cuna se deshará en mil pedazos y los dos ganamos. Tú no te llevas un susto y yo no me tengo que rebajar a hablar contigo.

Por tanto los dos vivimos una vida parecida. Tú te relacionas con la caca del Whatsapp, prefabricada, inofensiva, y yo con la caca de verdad, más incómoda pero con todas sus propiedades intactas, como la piel de una manzana repleta de vitaminas. Yo vivo la vida y tú te imaginas que la vives. Tú te relacionas con una simulación y yo con aquello que simula tu programa. Pero esencialmente estamos en la misma carretera.


Para mi es como correr una carrera en Blur contra un coche fantasma. Cuando quieres mejorar tu tiempo en un juego de carreras a veces se te da la opción de competir contra ti mismo cuando hiciste el mejor tiempo. Sale ese coche que fuiste tú cuando lo hiciste mejor que nunca pero traslúcido. Aunque quieras no te puedes chocar con él, ya que parece que está ahí pero es mentira.

Eso es lo que siento yo cuando me cruzo contigo por la calle. Veo un coche fantasma, que está corriendo una carrera que ya terminó hace muchas, muchas partidas, Pero ahí sigue, soñando que sigue en Le Mans y los fans se tiran a sus pies. Yo, que veo que estás en medio de ninguna parte, trato de lidiar con el tsunami de emociones que me provoca esta visión: por un lado rabia, por otro compasión, por otro asco, por otro ternura. Es un plato de espaguetis con albóndigas difícil de tragar.


Sin embargo continúo mi camino y no te corto el rollo. Porque, caray, si no te gustase tanto que los fans se tiren a tus pies no estarías en medio de esa vida fantasma. Ya que en la vida real no habría nadie que se tirase a tus pies, permítete soñar con que así es. Cuando unos niños juegan a que son indios y vaqueros no puedes llegar, como un adulto malrollero, a decir que eso son paparruchas y que basta ya de hacer el membrillo. Dejas que los chavales dejen de jugar solos a pesar de que sus gritos te resultan molestos, ya que tú eres el adulto y no ellos. Nobleza obliga.

Y nada, a ver cómo suena esta mierda cacosa que me he pillado en el Cash. Sabe Dios. ¡Sabe Dios!