Hoy comparto con vosotros una de mis
posesiones más preciadas, una de esas que espero vender en un futuro
por una enorme suma de euros. Un CD con programas (antes las
aplicaciones se llamaban programas, cuando Dios todavía regía el
mundo) de cuando empezaba Internet, de una revista llamada Netsurf.
Netsurf duró dos días, como Netscape.
Si empezabas una marca con Net acababa fracasando. Es lo que se
conocería hoy como una startup que no logró concluir con éxito la
capitalización. Vamos, una panda de mataos que hicieron una revista
regular y la cosa se fue al cuerno, vaya. Lo mismo que los de hoy.
¡Qué duro es el fracaso! ¡Qué de
palabras estúpidas inventamos para no llamar a las cosas por su
nombre y herir a nuestros hermanos!
Somos mucho mejores personas de lo que
pensamos.
Para no herir a la gente inventamos la
palabra startup para no decirles que su puto negocio es un chamizo
con cuatro palos apoyados los unos en los otros.
Para no decirles que no venden una
mierda porque su revista, bueno, pues tampoco es que mole tanto, les
decimos que la capitalización todavía no la saben resolver bien.
¡Dios mío, cómo nos protegemos los
unos a los otros!
Incluso en el más voraz de los
capitalismos hemos encontrado fórmulas para no devastar del todo a
nuestros ya de por sí muy devastados hermanos.
El que no tenga fe en una raza que se
protege por instinto, por mero impulso de la imaginación, es un
corsario espiritual y me lo comería de un bocado si estuviera ante
mi.
Una imaginación que tiende al orden
incluso en la más enmarañada de las entropías merece que le pongan
una estatua. Pero que dicen que no, los hijos de puta. Que todavía
no me la van a poner. ¡Vete a saber por qué!
No te engañes, todos los que andamos
en “el mundo startup” somos unos mataos. Nos hemos quedado sin
curro (o nos hemos ido, porque, claro, no es lo mismo) y a buscarnos
la vida con una mano delante y otra detrás. Vamos, lo que es un
matao de toda la vida.
La única diferencia con el antiguo
matao no es la calidad, es la cantidad. Somos tal cantidad de mataos
la que el capitalismo ha dejado fuera de juego que, como a los
refugiados, se nos ha puesto unos campamentos para que, coño, pues
no nos muramos de inanición.
Como en España las necesidades físicas
las tenemos más o menos cubiertas (aunque temblequeantes) hemos
necesitado más del aspecto emocional. Aquí no necesitábamos una
cama y un techo porque, bueno, dentro del drama para eso nos hemos
podido apañar. Pero para soportar la vergüenza social sí que no
teníamos medios.
Así que LinkedIn, todos a una, trata
bien a los que “Están en busca de nuevos retos”, porque nuestra
enorme compasión los cataloga no de mataos, sino de soñadores. De
pioneros. De gente que ha tenido el coraje suficiente como para tomar
las riendas de su vida.
Que es verdad, pero, ey, déjame
descojonarme un poco, ¿no, puto matao?
Así que ahora los mataos, por puro
bulto, ya no somos unos mataos. Somos un partido político, Podemos.
Somos emprendedores. Somos la electricidad que alimenta el coche
eléctrico de España, ese que no puede hacer más de 150 km seguidos
pero, oye, contaminar no contamina nada.
Los mataos, por fin, hemos encontrado
nuestro sitio en el mundo. Aunque un puto ciclista te den ganas de
atropellarle constantemente porque va a 20 no lo haces porque es un
matao, digo, un podemita, un emprendedor, un soñador, la luz que
guía nuestros pasos. Y ahora a esta gente se nos respeta.
Si supieran el palo que les hemos dado
no nos respetarían tanto.








