Aquí pone que es apta para uso
infantil, así que guay. Las cosas que parecen deliciosas pero no son
aptas para comer son una putada, porque mira que te tientan. Los
jaboncitos esos con formas de frutas que se ponen para que huela bien
el armario nunca me los he comido, no sé, porque tonto-tonto tampoco
soy, pero ganas no me han faltado.
Así que si esto es apto para el uso
infantil digo yo que se podrá comer. Yo supongo que fui un niño
especialillo, porque nunca me dio por comer o beber cosas que era
evidente que eran venenosas ni me dio por meter los dedos en el
enchufe, de donde salía la electricidad para que papá pudiera
enchufar su maquinilla de afeitar y mamá la plancha para planchar.
Yo siempre defiendo a los niños
diciendo “Los niños no son idiotas, tratadles con respeto”, pero
me temo que ahí estoy hablando sólo de mi mismo. ¡Vaya si son
idiotas! La prueba es que beben productos de limpieza y meten los
dedos en enchufes.
Lo que yo hacía era joderle el sillón
a mis padres. En un capítulo de El Príncipe de Bel-Air vi una cosa
que me encantó: Will descubrió en su pijo colegio un pupitre en el
que los alumnos más ilustres del colegio habían grabado sus
nombres. Así que ni corto ni perezoso se puso a grabar el suyo con
unas llaves. Y puso “Fresh”, porque él era el Fresh Prince.
¡Coño! ¡Qué ideota, Will! ¡Eso es
muy profundo, man! ¡Claro que sí! ¡Los objetos no existen para ser
reverenciados, sino para ser usados! ¡Es ahí donde cumplen su santa
función, no poniéndolos en un altar! A las personas nos pasa lo
mismo, no estamos hechas para ser reverenciadas, estamos hechas para
relacionarnos las unas con las otras.
Así que como a mi esto me parecía de
perogrullo, evidente, me puse a grabar “Fresh” en el sillón de
mis padres, en uno de sus brazos. Ese sillón hoy está en Galicia y
todavía se puede leer “Fresh” en él, aunque hayan barnizado por
encima. ¡Pero no habéis conseguido mancillar mi esencia, maricones!
Yo pensaba que mis padres me iban a
recompensar alabando mi visión. ¡Qué hijo tenemos! ¡Qué capaz es
de ver la esencia de las cosas, la clave, de un solo vistazo!
¡Nosotros teniendo aquí este sillón sin grabar cuando para lo que
se hicieron los sillones es para que la gente grabara sus nombres en
ellos! ¡Gracias, hijo!
Pero no, no, se pillaron un rebote de
tres pares de cojones, mira por dónde. Yo no entendía nada, claro,
es como si le enseñas a alguien la Mona Lisa y te tira a la cara ese
dibujaco de una tronca que no se sabe si está riendo o qué.
Así que esa es una de mis primeras
contrariedades artísticas. Luego han venido muchísimas más, claro,
tantas que me he acabado acostumbrando. Ya ni peleo. ¿Que no pillas
esto? ¡Uy, qué raro! Cuéntame, entonces, mejor, esa chorrada
absolutamente obvia que se te ha ocurrido con la que estás tan
contento. ¡Uy, qué interesante! ¡Qué perplejo me estás dejando!
¿Saben en Harvard algo de ti o a ti la educación oficial no te
interesa porque sofoca el pensamiento original?
Yo, chico, la Mona Lisa no la veo para
tanto. Pues es eso, una pava que no se sabe si se está riendo o qué.
¿Dónde está el misterio?




