viernes, 2 de septiembre de 2016

Quilosa Unifix Rápida Cola Blanca Rápida


Aquí pone que es apta para uso infantil, así que guay. Las cosas que parecen deliciosas pero no son aptas para comer son una putada, porque mira que te tientan. Los jaboncitos esos con formas de frutas que se ponen para que huela bien el armario nunca me los he comido, no sé, porque tonto-tonto tampoco soy, pero ganas no me han faltado.


Así que si esto es apto para el uso infantil digo yo que se podrá comer. Yo supongo que fui un niño especialillo, porque nunca me dio por comer o beber cosas que era evidente que eran venenosas ni me dio por meter los dedos en el enchufe, de donde salía la electricidad para que papá pudiera enchufar su maquinilla de afeitar y mamá la plancha para planchar.

Yo siempre defiendo a los niños diciendo “Los niños no son idiotas, tratadles con respeto”, pero me temo que ahí estoy hablando sólo de mi mismo. ¡Vaya si son idiotas! La prueba es que beben productos de limpieza y meten los dedos en enchufes.


Lo que yo hacía era joderle el sillón a mis padres. En un capítulo de El Príncipe de Bel-Air vi una cosa que me encantó: Will descubrió en su pijo colegio un pupitre en el que los alumnos más ilustres del colegio habían grabado sus nombres. Así que ni corto ni perezoso se puso a grabar el suyo con unas llaves. Y puso “Fresh”, porque él era el Fresh Prince.

¡Coño! ¡Qué ideota, Will! ¡Eso es muy profundo, man! ¡Claro que sí! ¡Los objetos no existen para ser reverenciados, sino para ser usados! ¡Es ahí donde cumplen su santa función, no poniéndolos en un altar! A las personas nos pasa lo mismo, no estamos hechas para ser reverenciadas, estamos hechas para relacionarnos las unas con las otras.


Así que como a mi esto me parecía de perogrullo, evidente, me puse a grabar “Fresh” en el sillón de mis padres, en uno de sus brazos. Ese sillón hoy está en Galicia y todavía se puede leer “Fresh” en él, aunque hayan barnizado por encima. ¡Pero no habéis conseguido mancillar mi esencia, maricones!

Yo pensaba que mis padres me iban a recompensar alabando mi visión. ¡Qué hijo tenemos! ¡Qué capaz es de ver la esencia de las cosas, la clave, de un solo vistazo! ¡Nosotros teniendo aquí este sillón sin grabar cuando para lo que se hicieron los sillones es para que la gente grabara sus nombres en ellos! ¡Gracias, hijo!


Pero no, no, se pillaron un rebote de tres pares de cojones, mira por dónde. Yo no entendía nada, claro, es como si le enseñas a alguien la Mona Lisa y te tira a la cara ese dibujaco de una tronca que no se sabe si está riendo o qué.

Así que esa es una de mis primeras contrariedades artísticas. Luego han venido muchísimas más, claro, tantas que me he acabado acostumbrando. Ya ni peleo. ¿Que no pillas esto? ¡Uy, qué raro! Cuéntame, entonces, mejor, esa chorrada absolutamente obvia que se te ha ocurrido con la que estás tan contento. ¡Uy, qué interesante! ¡Qué perplejo me estás dejando! ¿Saben en Harvard algo de ti o a ti la educación oficial no te interesa porque sofoca el pensamiento original?


Yo, chico, la Mona Lisa no la veo para tanto. Pues es eso, una pava que no se sabe si se está riendo o qué. ¿Dónde está el misterio?