Ah, Edding. ¡Qué bien huele! Casi
igual que la mierda. Bueno, que la mierda no. La mierda es el mejor
perfume que hay. Todavía hay clases.
El Edding es el rotulador estrella, el
que más gusto da mangar en el trabajo. Cuando te pillabas un Edding
¡premio! ya habías hecho el día. Daba igual que la vida se te
estuviese escapando entre los dedos a cada segundo que pasaba, tú
habías pillado un Edding y ese iba a ser el pan de tu espíritu ese
día.
Con ese Edding ya podías echar el día
la mar de bien. No hacía falta siquiera esperar a llegar a casa.
Podías ponerte a pasar las 6 horas que todavía te quedaban del más
absoluto de los tedios dibujando al memo del jefe de tal, del
director de cual o del encargado de lo de más allá.
El trabajo era una pesadilla. Era una
clase de Derecho Laboral de 10 o 12 horas. Era fingir que hacías
algo aunque era evidente para cualquiera con dos dedos de frente que
tu presencia allí no estaba justificada en absoluto, como la de
nadie más. Aquello era un circo de zombies corriendo todos en
círculo, desesperados por alcanzar la zanahoria que colgaba del
cuello del que corría delante de ti.
Yo, chico, siempre he sido ese niño
listo de la clase y tal. Cuando de pequeño yo me daba cuenta de
cosas y las decía, mis profesoras me elogiaban, porque había sido
capaz de ver la sinrazón en lo que nadie más había sido capaz de
verla. Sin embargo, por algún motivo, en el trabajo las reglas eran
otras bien distintas.
En el trabajo que tú te dieras cuenta
de que aquello era un baile de máscaras cada día más aberrante en
absoluto era algo digno de elogio. Era digno del más severo de los
castigos. ¡Rayos! ¿Pero qué pasa? ¿Dónde están las señoritas
Pili y Toñi? Que hablen ellas con estos señores, porque es que yo
no consigo que entren en razón. ¿Pero no se dan cuenta del tremendo
equívoco en el que están tomando parte?
No, no, pues no se daban. Vamos, ni se
dan, por lo que veo en LinkedIn cada día.
Yo soy un gamberro cuando mi entorno es
estúpido, cuando mi entorno es inteligente soy el líder,
naturalmente. Yo soy un líder que pasa de serlo, no me gustan las
fanfarrias, me gustan las cosas con sentido. Así que si algo tiene
sentido yo voy a ser el primero de la clase, ya que se me da muy bien
hacer cosas con sentido. Si las cosas no lo tienen, al yo sólo poder
hacer aquello que tiene sentido, me voy a dedicar a destruir el
entorno, ya que lo único que tiene sentido en un entorno estúpido
es su destrucción.
Vamos, esto es evidente, ¿no?
¡Cuántas gracias tengo que darle a mi
buen Edding por cuando las cosas ya se pusieron no estúpidas, sino
desquiciantes para un cerebro que no esté completamente hecho
trizas! Mi buen Edding me permitió sobrevivir en un mundo
completamente caótico, falto de cualquier lógica, que parecía
diseñado para su pronta implosión. ¿Estaba diseñado para eso o
fue la propia estupidez humana la que llevó las cosas hasta tal
punto? Todavía no lo sé. ¿Tú lo sabes? Si lo sabes a ciencia
cierta ponte en contacto conmigo, me quitarás una cuestión de la
cabeza que todavía no me deja dormir bien por las noches.
¡Qué sentido cobraban las cosas en mi
folio! Allí todo el mundo quedaba retratado como lo que era pero
bajo ningún concepto permitía que los demás fuesen capaces de ver.
El respetable señor que iba de enrollado quedaba retratado como el
marica que le chupaba la cola a los bullys para poder sobrevivir en
un mundo regentado por los más sucios bullys. El que va de bueno y
de humilde quedaba retratado como el inútil que o jugaba la carta de
ir de bueno y de humilde o sería exterminado del mapa a la velocidad
del rayo. Asimismo, el tipo callado y que pasaba desapercibido
quedaba retratado como el tipo brillante y genial que era.
A nadie le gustaban mis retratos.
Parece ser que la farsa para ellos era más importante que poder
respirar. ¡En verdad no lo comprendo! ¡Por lo menos dime que ves lo
que yo, pero que no dices nada porque no quieres que te despidan!
¡Pero no me ofendas de esa manera tan indecorosa! ¡No me digas que
no lo ves! ¿No lo ves? Igual no lo ves.
Sea como sea, aquello ya pasó y me
llevé lo mejor que se podía sacar de tal locura: mi querido Edding.
Él y yo seguimos siendo una sociedad perfecta, yo mando y él
obedece, ya que sabe que yo soy el cerebro y él la máquina. No se
siente ofendido por el orden natural de las cosas porque es un ser
glorioso y sigue el diseño que el Padre puso en él, como yo. Nos
entendemos a las mil maravillas al estar ambos al servicio de la
Creación y no de la sinrazón.
¡Oh, Dios mío! ¡Recuerdo aquello
como una sensación cenagosa! ¡Que se largue ya de mi espíritu!
¡Quiero respirar!






