sábado, 3 de septiembre de 2016

Edding 500 Permanent Marker


Ah, Edding. ¡Qué bien huele! Casi igual que la mierda. Bueno, que la mierda no. La mierda es el mejor perfume que hay. Todavía hay clases.


El Edding es el rotulador estrella, el que más gusto da mangar en el trabajo. Cuando te pillabas un Edding ¡premio! ya habías hecho el día. Daba igual que la vida se te estuviese escapando entre los dedos a cada segundo que pasaba, tú habías pillado un Edding y ese iba a ser el pan de tu espíritu ese día.

Con ese Edding ya podías echar el día la mar de bien. No hacía falta siquiera esperar a llegar a casa. Podías ponerte a pasar las 6 horas que todavía te quedaban del más absoluto de los tedios dibujando al memo del jefe de tal, del director de cual o del encargado de lo de más allá.


El trabajo era una pesadilla. Era una clase de Derecho Laboral de 10 o 12 horas. Era fingir que hacías algo aunque era evidente para cualquiera con dos dedos de frente que tu presencia allí no estaba justificada en absoluto, como la de nadie más. Aquello era un circo de zombies corriendo todos en círculo, desesperados por alcanzar la zanahoria que colgaba del cuello del que corría delante de ti.

Yo, chico, siempre he sido ese niño listo de la clase y tal. Cuando de pequeño yo me daba cuenta de cosas y las decía, mis profesoras me elogiaban, porque había sido capaz de ver la sinrazón en lo que nadie más había sido capaz de verla. Sin embargo, por algún motivo, en el trabajo las reglas eran otras bien distintas.


En el trabajo que tú te dieras cuenta de que aquello era un baile de máscaras cada día más aberrante en absoluto era algo digno de elogio. Era digno del más severo de los castigos. ¡Rayos! ¿Pero qué pasa? ¿Dónde están las señoritas Pili y Toñi? Que hablen ellas con estos señores, porque es que yo no consigo que entren en razón. ¿Pero no se dan cuenta del tremendo equívoco en el que están tomando parte?

No, no, pues no se daban. Vamos, ni se dan, por lo que veo en LinkedIn cada día.


Yo soy un gamberro cuando mi entorno es estúpido, cuando mi entorno es inteligente soy el líder, naturalmente. Yo soy un líder que pasa de serlo, no me gustan las fanfarrias, me gustan las cosas con sentido. Así que si algo tiene sentido yo voy a ser el primero de la clase, ya que se me da muy bien hacer cosas con sentido. Si las cosas no lo tienen, al yo sólo poder hacer aquello que tiene sentido, me voy a dedicar a destruir el entorno, ya que lo único que tiene sentido en un entorno estúpido es su destrucción.

Vamos, esto es evidente, ¿no?


¡Cuántas gracias tengo que darle a mi buen Edding por cuando las cosas ya se pusieron no estúpidas, sino desquiciantes para un cerebro que no esté completamente hecho trizas! Mi buen Edding me permitió sobrevivir en un mundo completamente caótico, falto de cualquier lógica, que parecía diseñado para su pronta implosión. ¿Estaba diseñado para eso o fue la propia estupidez humana la que llevó las cosas hasta tal punto? Todavía no lo sé. ¿Tú lo sabes? Si lo sabes a ciencia cierta ponte en contacto conmigo, me quitarás una cuestión de la cabeza que todavía no me deja dormir bien por las noches.

¡Qué sentido cobraban las cosas en mi folio! Allí todo el mundo quedaba retratado como lo que era pero bajo ningún concepto permitía que los demás fuesen capaces de ver. El respetable señor que iba de enrollado quedaba retratado como el marica que le chupaba la cola a los bullys para poder sobrevivir en un mundo regentado por los más sucios bullys. El que va de bueno y de humilde quedaba retratado como el inútil que o jugaba la carta de ir de bueno y de humilde o sería exterminado del mapa a la velocidad del rayo. Asimismo, el tipo callado y que pasaba desapercibido quedaba retratado como el tipo brillante y genial que era.


A nadie le gustaban mis retratos. Parece ser que la farsa para ellos era más importante que poder respirar. ¡En verdad no lo comprendo! ¡Por lo menos dime que ves lo que yo, pero que no dices nada porque no quieres que te despidan! ¡Pero no me ofendas de esa manera tan indecorosa! ¡No me digas que no lo ves! ¿No lo ves? Igual no lo ves.

Sea como sea, aquello ya pasó y me llevé lo mejor que se podía sacar de tal locura: mi querido Edding. Él y yo seguimos siendo una sociedad perfecta, yo mando y él obedece, ya que sabe que yo soy el cerebro y él la máquina. No se siente ofendido por el orden natural de las cosas porque es un ser glorioso y sigue el diseño que el Padre puso en él, como yo. Nos entendemos a las mil maravillas al estar ambos al servicio de la Creación y no de la sinrazón.


¡Oh, Dios mío! ¡Recuerdo aquello como una sensación cenagosa! ¡Que se largue ya de mi espíritu! ¡Quiero respirar!