lunes, 5 de septiembre de 2016

Gourmet Gold con pescado del océano


Gourmet Gold es como decir, no sé, Dios Jesús. ¡Joder! No se han dejado ni una sola bala en la recámara. ¿Quién le va a decir que no a algo que es no sólo Gourmet, sino Gold? Luego lo abres y es un paté La Piara de mala calidad, para gatos, pero, oye, Gourmet Gold, nen. A lo mejor el que no sabe eres tú y lo que te parece un paté no apto para humanos es una crema de El Buli.


Que sea de “pescado del océano” también me llama la atención. No es pescado de río, o sea, que esto no lleva trucha. Del mar tampoco, porque el mar es más pequeño que el océano. O sea que el pescado que aquí venga no se ha pescado en el Mediterráneo, como mínimo se han ido al Atlántico a pescarlo. Eso poniéndonos en el caso de que no hayan ido al Índico, el más exótico de los océanos.

Vamos, que Gourmet Gold del océano. No del mar, que nos quedaría en una dignísima medalla de plata. Ya han ido por el oro, por el platino, y han puesto que es del océano, la reina de las masas de agua.


Chico, no sé, estoy por hacerme un collar con este bote para cuando tenga una cena fina. Y el que me diga algo que lea lo que pone. Nene, Gourmet Gold del océano. Y tú con un osito de Tous. No jodas, no compares.

Mi gata no sabe que está comiendo zumo de oro cuando le pongo una lata de estas.


Mola el hecho de pensar que no nos relacionamos casi nunca con cosas concretas, sólo con ideas. Cuando funcionamos en la civilización hay un excelente mapa de ideas en el que nos debemos saber desenvolver para tener algún tipo de éxito. Si George de la Jungla llegase a la ciudad se reiría de que a una comida para gatos le llamen Gourmet Gold, pero nosotros en vez de eso nos impresionamos y le damos esta mierda a nuestro gato pensando que es maná caído del cielo.

El mapa de ideas que conforma la civilización es divertidísimo, pero no lleva a ninguna parte. Es sólo un juego, como el Quién es Quién, como el Hero Quest, pero que nos tomamos muy en serio. La gente realmente se ha olvidado de que una puta lata que pone Gourmet Gold es sólo una puta lata en la que unos jetas han puesto palabras deslumbrantes encima. Es como aquella famosa Mierda de Artista, que era mierda enlatada de un artista del que no me acuerdo el nombre y la vendía por mucho dinero porque, ojo, es mierda de artista. Gourmet Gold.


Aquel tronco vio claro lo que yo quiero decir. Da igual que vendas mierda, si la etiqueta es bonita te la van a comprar como si fuese caviar.

A mi esto me viene muy bien, porque así no sólo vivo en un entorno fantástico, de reglas disparatadas que sólo tienen sentido dentro de las lindes de nuestras ideas sociales, sino que si me animo puedo empezar a jugar con las mismas reglas y ponerme a vender mierda con una etiqueta bonita, ya que sé diseñar, y forrarme a costa de que tú hayas perdido el norte de forma triste.


Tendría poca compasión porque ¿qué compasión voy a tener con semejante botarate? Casi le estoy haciendo un favor poniéndome duro con él, para a ver si así, a fuertes golpes, despierta de un sueño que ha llegado a ser ridículo, de lo en serio que te lo has llegado a tomar.

Hoy en día, al ser todo falso, vivimos en un grandioso timo de la estampita. Comerciamos con estampitas, nada es real. Esto, de primeras dadas, te puede shockear, pero cuando lo asumas ya verás qué divertido es ponerte en tu casa a dibujar estampitas que la gente crea que son cosas de valor real y vaya y, encima, te las compre.


Puede que tú hagas estampitas sin saber que lo son, ya que tienes la cabeza como una jaula de grillos. Tu caso mola menos que el mío, porque tú trabajas en el Pasaje del Terror y yo sólo me paseo por él. Yo estoy de vacaciones y tú estás currando. Yo si quiero me dejo llevar por el espectáculo si me apetece divertirme y si me deja de apetecer simplemente recuerdo que estoy dentro de una farsa.

Tú, sin embargo, no puedes más que continuar con el espectáculo. Tú estás atrapado dentro de él, y casi es más práctico empezar a creer que realmente eres La Niña del Exorcista que andar jugando con dos identidades, la real y la social. Como tú dependes demasiado de la sociedad es más eficiente olvidar la identidad real, ya que casi nunca la usas.


Así has llegado a creer que eres La Niña del Exorcista y yo soy el Padre Carras, cuando lo que soy es un visitante del parque que quiere ver el show que tenéis aquí montado. Tú te crees la película a pies juntillas, porque nunca sales de ella y te la has acabado creyendo, mientras que yo, una vez visto cómo vomitas y pegas gritos de asfixia, salgo de la atracción y vuelvo al mundo real.

¿Me envidias, dices? Hombre, no es para menos. Yo estoy de vacaciones y tú estás atrapado dentro de una obra de teatro. Que será una obra de teatro muy chupi, pero eso no significa que no estés atrapado en ella. Y, vamos, que yo sé de teatro, y esta obra es regulera tirando a mala. Tiene muchísimos cabos sueltos. Se te está desplomando el argumento, esto no se sostiene.


Siempre gana el más molón de todos. ¡Ah, qué don me dio Dios! ¡Qué especial soy! ¡Qué por encima estoy de ti!