lunes, 5 de septiembre de 2016

Malibu Face Cream 50 SPF High Protection


A mi eso del sol no me gusta mucho. Yo cuando hace sol veo a los animales a la sombra, no quemándose en la playa. Eso es debido a que los animales no son tontos y nosotros sí.


A los animales les gusta el solecito así suave, el que da gustirrinín que se pose en tu piel. Pasan de ese tan agresivo por el que vosotros, por alguna razón, os matáis. A mi no me veréis quemándome en la playa si no es por compromiso social.

Tampoco me veréis mamando birra como un poseído si no es por el mismo tipo de compromisos.


Yo soy de los que si tiene limones hace limonada. Si, por circunstancias de la vida, estoy rodeado de borrachos impenitentes, no tendré ningún problema en sumarme a su juego y volverme el más borracho de todos, porque quizás mañana ya no esté con ellos y no podré ponerme como El Tenazas.

De todo el mundo se puede aprender algo, hasta del más lúgubre de los borrachos. De hecho, de ese quizás puedas aprender más que de algún profesor de Harvard.


En mi barrio hace unos años pusieron La Taberna de Fochi, local ahora ocupado por una cafetería hipster. El ambiente se ha vuelto más civilizado pero menos auténtico. Es lo que tiene el avance de la civilización, implacable.

A mis amigos una temporada les dio por ir a La Taberna de Fochi. Mis amigos tenían una tendencia natural al barro, tendencia que yo no siempre tenía la fortaleza para revertir. Así que en este caso ganaron ellos y yo me vi sumergido en los lodos de La Taberna de Fochi.


En La Taberna de Fochi conocí a una de las personas que, no sé, no sé si me han marcado en mi vida, pero desde luego era lo suficientemente poderoso como para que hoy esté yo aquí hablando de él.

Esta persona era Alfredo, alias Alf. Alfredo era el típico que es capaz de apuntarse a cualquier cosa antes que ir a su casa con su puta mujer. Odiaba a su mujer, no la podía soportar. Así que prefería dejarse el sueldo en papeletas de farli en vez de en flores para su mujer, porque la odiaba.


Así que nos hicimos amigos de Alfredo. Era un hombre que estaba jodido, tenía siempre un halo de humo negro a su alrededor. Sin embargo, a mi aquel hombre me parecía una buena persona. Me temo que su mujer igual sí que era digna del odio de Alfredo, porque aquel pavo lo que estaba era poco valorado. Por eso buscaba en la farli el gustito que su mujer, quizás, no le daba.

Es una teoría, no estoy seguro.


Y nada, como nosotros éramos jóvenes y los jóvenes tienen la luz de la vida sin esforzarse por ella, pues se acercaba a nosotros, porque le dábamos vida. Es así de simple. Él nos daba su visión experimentada de la vida y nosotros le dábamos la vida misma, de la que se había olvidado entre su mujer y las papeletas, enormes.

Una relación a la griega pero sin darnos por el culo, porque tanto a Alfredo como a nosotros nos molestaba mucho que se nos confundiese con homosexuales. Ahí todos manteníamos una necesaria distancia para que las cosas pudieran llegar a buen puerto.


Un día Toñín, el Milhouse de Alfredo, que sería Bart, sugirió que Alfredo podría ser mariquita, así de broma, y jamás vi más encendida la ira en los ojos de Alfredo. ¡Hostia puta! ¡Con esas cosas no hagas bromas con Alfredo, que lo mismo te comes una hostia si no algo peor! ¡Que nadie sabe si Alfredo lleva navaja o qué!

Así que todos entendimos, respetuosos, que a Alfredo esas cosas no le gustaban, como a mi no me gusta el ali-oli.


Y esto es un poco lo que aprendimos de Alfredo. Una manera de llevar la vida estoica pero sin estar exenta de sentido del humor, porque de no tenerlo no estaría rodeado de chavales invitándoles a farli, aquella sustancia que le echaba a su vida ese poco de azúcar del que hablaba Mary Poppins.

Yo prefiero el Red Bull por cuestiones económicas, naturalmente, no va a ser por las otras. Por las otras ya te digo yo que estaría peor que Alfredo.


Recuerdo aquella época oscura, como con muchos cabos sueltos. Como que todavía no sé a qué jugábamos ahí. Ya lo sacaré.