Yo descubrí la cinta dental en Alf,
donde la llamaron seda dental. En aquella época España estaba poco
desarrollada y todavía no teníamos estos avances de la tecnología,
pero sí los norteamericanos.
En la misma serie descubrí que el
árbol de Navidad de plástico que tenían mis padres a los niños no
nos gustan nada. A mi hasta entonces el árbol de plástico me
encantaba, vamos, ni me encantaba ni me dejaba de encantar, era de
mis padres y por lo tanto era perfecto. Pero Alf me dijo que yo
estaba en un error, que los árboles de Navidad tienen que ser de
verdad o si no son una mierda.
Así que empecé a comerles la olla
para que, por Dios, dejaran de lado ese árbol de plástico y se
pasaran a lo que de verdad lo petaba, los árboles de Navidad de
verdad. Y desde entonces en mi casa hubo arbolito de Navidad de
verdad.
Más adelante me he enterado de que los
árboles de verdad son muy malos, porque tienen que ser talados para
que niños caprichosos como yo tengan gustirrinín en el culo. Así
que parece que, desde el principio, mis padres tenían razón.
¿Ha merecido la pena el viaje?
Naturalmente que sí, me he llevado cantidad de data del mundo que de
no haber paseado por él no tendría. Puede que de este data haya que
hacer un pequeño filtro, porque hay que separar un poco el grano de
la paja, pero he vuelto a casa de mis padres más rico de lo que me
marché. Y por tanto ahora puedo ayudar a la familia de una manera
mucho mejor de la que podría si nunca les hubiera abandonado.
Soy como el hijo pródigo, el que se
marchó de un portazo pero ahora que vuelve mis padres están
encantados de tenerme con ellos. Y mi hermano, el pelotilla, me tiene
ojeriza porque él se ha quedado aquí chupándole la polla a mis
padres y para quién matan el mejor cabrito de la granja es para mi,
no para él. Porque a mi me han echado de menos y a él no.
Mi hermano, es cierto, les ha atendido
en mi ausencia. Pero yo soy el guay, el que fue lo suficientemente
brillante como para enfrentarme a ellos. Y eso, aunque al principio
sea molesto, a la larga hace que te tengan más respeto. Porque, oye,
este tío es íntegro. A este tío no se la juegas. Con este tío se
puede contar.
Mi hermano, el pobre, está un poco
jodidillo. O sea, que yo he tenido mil aventuras, me paso por el
forro a mis padres y para el que matan el cabrito es para mi. ¡No
hay derecho!
Bueno, hombre, pero es que la Historia
Sagrada es así. ¿Yo qué quieres que le haga? Tenía que ver mundo
y equivocarme mil veces para llegar a entender que desde el principio
el árbol de plástico está bien tal y como está. Tú lo has
aceptado sin cuestionarlo, cosa que está muy bien, por una parte,
pero si algún día hay que hacer mejoras en algo al que van a llamar
es a mi, no a ti. Porque yo soy el que no acepto los errores y tú
eres el que los acepta, resignado. Digamos que yo veo lo mismo que
tú, pero, además, veo otro montón de cosas más.
Por eso yo soy más incómodo pero más
valioso. Es normal que papá y mamá maten el cabrito para mi, ya que
el guay ha vuelto a casa. ¡A todo el mundo le gusta que el guay
vuelva a casa! Esta casa debe ser de mucha categoría si el guay se
ha dejado ver por aquí. ¿No?
Algo habremos mejorado desde que el
guay nos dejó plantados por inútiles, porque si no el guay no
querría saber de nosotros ni el huevo. ¿Es así o no es así?
Os voy a conceder que sí. Hay que
reconocer que ese cabrito es digno de mi, por lo tanto vosotros lo
sois de mi beneplácito. Era así de sencillo, hombre. Me matabais
unos cabritos que, de verdad, esto yo no lo podía aceptar. Eran así
como cabritos regulares. Con este señor cabrito sí, con este señor
cabrito estoy satisfecho. ¡Muy bien, papás! Vais por el buen
camino. Aprobados.
¿Veis? Hay que sacar los dientes de
vez en cuando, que si no la gente no sabe apreciar lo que tiene en
casa. Aunque sólo sea por ellos, para recordarles la suerte que
tienen de tu compañía y que ese hecho merece ser celebrado de rato
en rato.
¡Quiero patatas! ¿No habéis asado
patatas junto con el cabrito? ¿A que me voy?






