¿Tienes miedo de no saber hacer un
buen naming? Bueno, pues no te preocupes: el naming es una ciencia
para retrasados mentales. Nescafé lo demuestra. Café de Nestlé.
Nescafé.
Podrías haberte dedicado a la física
cuántica pero ¡buf! eso es muy difícil. Mejor una ciencia social,
que es donde se meten todos los tarados. “Ciencia social” es un
eufemismo muy simpático. Podríamos llamarle “contenedor para
escoria que no tiene otro lugar en el mundo” y atinaríamos mucho,
mucho más.
¡No te preocupes! Tú no eres culpable
de los resultados de la lotería genética. Tú haces lo que puedes.
Nadie te reprocha nada. Fíjate, algo tan tonto pelao como la
construcción lingüística “Nescafé” ha tenido un hondo calado
en la humanidad. Así que es evidente que para ti no está todo
perdido.
Tengo un amigo que siempre está
buscando “suculentos negocios” el pobre. Se interesa por cosas
complejas, cuanto más aparatosas mejor. Y, ya ves, el juguete de la
temporada es esa mierda como con tres círculos de metal que da
vueltas. ¿Hace falta ser científico nuclear para inventar ese trozo
de caca? No, hace falta ser un poco tonto y mirar el tiempo pasar. Si
no no se te ocurre.
Siempre desprecio el cerebro pero
porque lo tengo. Me permito esos lujos. Es como ese tío que está
podrido de dinero que predica las bondades de la frugalidad. Sí,
tengo tamaña caradura. No lo puedo negar.
Si predico que el exceso de mente es
malo es porque hemos pasado una época de exceso de mente. Para
atravesar estos años ha sido impepinable desarrollar el instinto y
la espiritualidad. Ahora bien, una vez atravesados las cosas vuelven
a estar en su sitio: los que tenemos cerebro mandamos y los que no lo
tenéis obedecéis como ratas. Siempre ha sido así, estos años han
sido un simpático paréntesis en el que los listos hemos estado de
vacaciones, que las necesitábamos.
Si no ¿de qué íbamos a haber dejado
a Donald Trump subir al poder? Cuando el profesor se ausenta el tonto
de la clase se hace con el control, eso lo sabe cualquiera. Pero
cuando el profesor vuelve el tonto de la clase vuelve a su puesto, el
último pupitre. Pero, oye, hasta el tonto de la clase tiene derecho
a probar qué es eso de sentirse el más importante. Vivimos en
democracia.
Los listos teníamos asuntos que
atender. Teníamos que poner nuestra casa en orden. Una vez ordenada
tenemos que decirles a los tontos que, sintiéndolo mucho, sus 15
minutos de fama terminaron. Vuelta a la pocilga. ¡Qué triste
destino el del cerdo!
¡Ha sido encantador verles creerse
importantes! ¡Han vivido el sueño de toda su vida, sentir por un
momento que no son una puta mierda infame! ¿No os derretís de
ternura? Yo mucho.