jueves, 8 de junio de 2017

Nescafé

¿Tienes miedo de no saber hacer un buen naming? Bueno, pues no te preocupes: el naming es una ciencia para retrasados mentales. Nescafé lo demuestra. Café de Nestlé. Nescafé.


Podrías haberte dedicado a la física cuántica pero ¡buf! eso es muy difícil. Mejor una ciencia social, que es donde se meten todos los tarados. “Ciencia social” es un eufemismo muy simpático. Podríamos llamarle “contenedor para escoria que no tiene otro lugar en el mundo” y atinaríamos mucho, mucho más.

¡No te preocupes! Tú no eres culpable de los resultados de la lotería genética. Tú haces lo que puedes. Nadie te reprocha nada. Fíjate, algo tan tonto pelao como la construcción lingüística “Nescafé” ha tenido un hondo calado en la humanidad. Así que es evidente que para ti no está todo perdido.


Tengo un amigo que siempre está buscando “suculentos negocios” el pobre. Se interesa por cosas complejas, cuanto más aparatosas mejor. Y, ya ves, el juguete de la temporada es esa mierda como con tres círculos de metal que da vueltas. ¿Hace falta ser científico nuclear para inventar ese trozo de caca? No, hace falta ser un poco tonto y mirar el tiempo pasar. Si no no se te ocurre.

Siempre desprecio el cerebro pero porque lo tengo. Me permito esos lujos. Es como ese tío que está podrido de dinero que predica las bondades de la frugalidad. Sí, tengo tamaña caradura. No lo puedo negar.


Si predico que el exceso de mente es malo es porque hemos pasado una época de exceso de mente. Para atravesar estos años ha sido impepinable desarrollar el instinto y la espiritualidad. Ahora bien, una vez atravesados las cosas vuelven a estar en su sitio: los que tenemos cerebro mandamos y los que no lo tenéis obedecéis como ratas. Siempre ha sido así, estos años han sido un simpático paréntesis en el que los listos hemos estado de vacaciones, que las necesitábamos.

Si no ¿de qué íbamos a haber dejado a Donald Trump subir al poder? Cuando el profesor se ausenta el tonto de la clase se hace con el control, eso lo sabe cualquiera. Pero cuando el profesor vuelve el tonto de la clase vuelve a su puesto, el último pupitre. Pero, oye, hasta el tonto de la clase tiene derecho a probar qué es eso de sentirse el más importante. Vivimos en democracia.


Los listos teníamos asuntos que atender. Teníamos que poner nuestra casa en orden. Una vez ordenada tenemos que decirles a los tontos que, sintiéndolo mucho, sus 15 minutos de fama terminaron. Vuelta a la pocilga. ¡Qué triste destino el del cerdo!

¡Ha sido encantador verles creerse importantes! ¡Han vivido el sueño de toda su vida, sentir por un momento que no son una puta mierda infame! ¿No os derretís de ternura? Yo mucho.