Pocas cosas molan menos que Trina. Y lo
peor es que se anuncian como si molasen mil. Analicemos este caso tan
curioso, tan contradictorio.
Lo malo de Trina es que no está bueno.
No tiene más inventos. Te tomas un Trina y te arrepientes de no
haber comprado una Fanta. ¡Es así! ¿Para qué negar la evidencia?
Nos hace gastar valiosísimos recursos.
Trina va de que es más natural de
Fanta, porque en vez de un 1,2% de zumo tiene un 7,1%. ¡Joder! O sea
que no es mierda-mierda, es cacafuti-mierda. Coño, pues para eso
cállate. Mantén un poco la dignidad, si ves que tal.
Trina hace años tenía ese valor
retro, ese refresco que se pedía en los bares de pequeños mientras
nuestros papás bebían Bitter Kas. Pero ahora que la nostalgia por
los 80 ha muerto y aquel que hable una vez más de lo que molaba
Willy Fogg es perseguido por la ley, ese supuesto valor retro es
papel mojado.
Gastados el cartucho de la naturalidad
y el de lo retro les queda el cartucho de hacer el moñas. Siempre es
así. El niño que no aprueba intenta destacar haciendo el moñas.
Pero con los años acaba atracando farmacias o bailando en clubes de
mala nota. Así que supongo que estamos en una etapa en la
comunicación de Trina como mínimo interesante: la previa al
hundimiento.
Ni de coña voy a comprar Trina. Ya he
picado demasiadas veces. Es un refresco que quieres que te caiga bien
pero siempre la acaba cagando. No es un problema de comunicación, es
que sabe mal. Eres muy simpática, te esfuerzas, pero es que eres
fea. Next. ¡Next!
¿Qué puede hacer Trina? Cambiar la
composición, supongo. Pero no sé si ya estamos muy mayores para
eso. Estoy mayor yo así que Trina ni te cuento. Yo creo que debería
preparar su desaparición sin perder demasiado el oremus.
Lo de llamarse Trina en vez de
Trinaranjus haciéndose la enrollada tampoco funcionó. Es que hay
gente que no mola. ¡No molas, tía! No le des más vueltas.
O dáselas, pero luego no te piques si
me río de ti.