Vosotros a lo mejor os creíais que el
pato Donald era así un patoso que no daba una a derechas, ¿no? Pues
cuando nos cubre el manto de la noche se transforma en Patomas.
Patomas es sumamente guay. Es sagaz y
justiciero. Pasa lo de siempre, que Daisy está flipada con Patomas y
le dice a Donald que ya podría parecerse un poquito a él. Y el
simpático Donald sonríe con una mezcla de malicia y resignación y
la da un beso.
Podría decirle “Oye, Daisy, mira,
que Patomas soy yo”. ¿Pero para qué arruinar la magia? Mary Jane
no puede saber que soy Spiderman porque eso podría ponerla en
peligro. Así que seré yo, el héroe increíble, el que lleve ese
peso sobre mi espalda.
Los héroes nocturnos llevamos una vida
muy así. Nos encantaría proclamar al mundo que nosotros somos ese
salvador que tanto admiran pero es mejor callar. Es más práctico y
a la vez más romántico. Es mejor callar.
Si los Golfos Apandadores y el segundón
Rockerduck se enterasen de que Donald es Patomas podrían
chantajearle secuestrando a Juanito, Jorgito y Jaimito. Y eso no
sería nada bueno para la familia de los patos.
Pero que sí, que lo admito, que
apetece contarlo. Tampoco puedes contárselo a un psicólogo, porque
psicólogo o no es una persona normal, no un héroe de dos caras. No
entiende lo que estamos pasando. Creo que Dios nos da poderes a los
vengadores nocturnos para ponernos a prueba y darnos un puesto de
honor en su plan definitivo. Pero no puedo probarlo.
Entiendo que Dios nos pone este peso en
las espaldas para que seamos más fuertes que él y, cuando lo
seamos, ponernos a trabajar en nuestra verdadera misión. Pero no
puedo probarlo, ya te digo.
¿Conocéis a algún otro vengador
nocturno para que pudiésemos quedar a tomar un cafelín y compartir
apuntes? ¿No? Me lo temía. No, claro, claro, es normal, lo que
tenemos los vengadores nocturnos es que nadie nos conoce. Es la
pescadilla que se muerde la cola.
Y, mira ¿sabes qué te digo? Que mejor
así. Yo trabajo solo.