Menudas mierdas que me compro yo. Mejor
haría comprándome un Zippo que esto.
Cuando me dio por la espiritualidad me
tiré a las tiendas de ese palo que hay por detrás de Sol. Por
detrás de Sol hay un montón de mierda interesante, como Pontejos o
esas tiendas.
No contento con este libro, me compré
una orgonita, una mierda de resina con metales dentro que si te la
cuelgas del cuello las energías cósmicas orbitan a tu alrededor de
armoniosa manera, mientras que si no te la cuelgas lo hacen de forma
caótica. Es un hecho demostrado.
Como soy más partidario del caos que
del orden acabé arrancándomela del cuello, porque además el rollo
memo espiritual me parece como lo peor. Pero para una temporada está
guay.
Además, esta excentricidad me abrió
más puertas. Yo no paro de hacer cosas sin sentido que al final
tienen más sentido del que yo creía al principio.
Cuando volví de mi retiro espiritual
me encontré con Lourido por la calle, un compañero de colegio
distinguido por ser muy devoto. Como Lourido es tan devoto llegué a
la conclusión de que La Divinidad lo había puesto en mi camino,
porque por aquel entonces yo sólo me regía por las casualidades
que, si miras más profundamente, no lo son. Me he pasado no sé
cuántos años de mi vida viviendo en base a este precepto.
El caso es que Lourido, devoto y de
derechas, me invitó a una especie de reunión en un club de
emprendedores de la calle Velázquez. Es como un club de
emprendedores normal sólo que este era de derechas, lo que lo hacía
mucho más guay que cualquier otro grupo de emprendedores corriente.
En ese club, aparte de ofrecerme a
invertir en una especie de 100 Montaditos en mis primeros 5 minutos
de estancia, se exponía la obra de un escultor gallego. Las
esculturas estaban hechas de la misma manera que las orgonitas, así
que pude hablarle al chaval de este tema y le caí muy bien, porque
era el único de ese puto sitio que estaba en su rollo.
Total, que todo vale. Nunca se sabe. Tú
haz lo que creas que tienes que hacer y ya está. Es la única manera
de que todo salga bien.