Esta marca me parece muy gay. Mongay.
Parece que dice “mi gay” en francés. No sé. O te la tomas a
coña o te irrita.
Hay gente que, como Mongay, o te la
tomas a coña o te irrita. Sin embargo, puede que uno, al ser una
persona normal, no tenga humor ni todos los días ni a todas horas
como para hacer de niñera. Para esas personas pienso diseñar un
apartado especial en mi corazón.
En ese apartado diseñaremos trampas
por doquier para que el tonto de turno, ese del que hablamos, nunca
pueda escapar. Él creerá que está en un sitio confortable, cuando
en realidad está en el cuarto de los ratones. Ofrecerle una falsa
sensación de libertad es crucial para que no enfoque sus energías
en huir.
En ese lugar infernal podrá decir
todas las tonterías que se le pasen por la cabeza porque nadie lo
oirá. En el mejor de los casos, instalaremos una cámara oculta para
grabar sus retrasadeces y luego ofrecerle las imágenes a Telecinco,
que dicen que te pagan una pasta por cualquier idiotez. De los
tontos, como de los cerdos, se aprovechan hasta los andares.
Sabes de quién estoy hablando, ¿no?
De ese tío. Sí, de ese. De ese. Y de ese. Y de ese otro también.
Todos tenemos como mínimo tres de estos retras en nuestras vidas.
Esta idea, este diseño, tiene su punto
fuerte en el sadismo descorazonado que la da a luz. No hay nada más
sádico que hacer creer a alguien que lo respetas cuando en realidad
te estás riendo de él. Sin embargo, este diseño es importante para
mantener nuestra sociedad en orden, ya que el contrato social sugiere
que todos somos iguales cuando no lo somos.
Cuando el contrato social sugiere que
todos somos iguales los tontos saltan de alegría; de repente, ven
una salida al hecho de que nadie en sus cabales daría un duro por
ellos. Para tapar las grietas de este contrato social positivo,
humanista, crearemos esta estancia sibilina, como esa clase en la que
todos sacan un diez.
En esta estancia el tonto puede creer
que es Napoleón, porque nadie lo oye. Puede creer, imaginemos, que
es un tipo respetable, cuando es un calzonazos. Las posibilidades son
interminables.
Los costes de la construcción de esa
estancia se reducen significativamente si creamos economías de
escala. Podemos crear una estancia común, compartiendo gastos, y
metemos tanto a tus tontos como a los míos en el mismo sitio. Ah,
que dices que este tonto que tengo yo también lo tienes tú. ¿Lo
conoces? Jajajaja. Claro, claro que lo conoces. A este idiota lo
conoce todo el mundo.