sábado, 18 de marzo de 2017

Megaconsolas nº 133

Breath of the wild es una cosa curiosa: me gusta pero estoy seguro que no es tan bueno como dicen. Lo mismo que Wii U no era tan mala como decían, Switch tampoco es tan buena. Son dos consolas estupendas, sólo se diferencian en que una le entró por el ojo derecho al estúpido vulgo y otra no.


El estúpido vulgo es tan difícil de controlar que ya ni me esfuerzo. Es como intentar amaestrar al mercurio. Lo mejor que se puede hacer con el mercurio es aceptar que es como es y usarlo para fabricar y vender termómetros. Con el estúpido vulgo ocurre lo mismo.

Lo mejor que se puede hacer con el estúpido vulgo es intentar creer que no es estúpido. Tratarle como si fuera inteligente, como tú. Sí, sé que esta labor es titánica, casi utópica, pero desde un enfoque ROI es la alternativa más sensata.


Intentar controlar todas las reacciones del estúpido vulgo ante tu producto es como esperar, inocentemente, que tu gato te obedezca ciegamente. ¡Nadie sabe lo que pasa por la cabeza de un gato! ¡Nadie! Con la cabeza del estúpido vulgo ocurre lo mismo.

Los motivos por los que hacemos las cosas escapan a toda lógica matemática. Podemos comprar una colonia porque nos recuerda a nuestro padre. Pero la colonia que a mi me recuerda a mi padre puede ser distinta a la que te lo recuerda a ti, por tanto somos una variable incontrolable.


Los motivos hondos y verdaderos por los que Wii U no tuvo éxito y Switch sí son puro caos, son un átomo. Los electrones bailan a su alrededor sin patrón alguno más que El Árbol de la Vida. Y El Árbol de la Vida, como Dios dejó claro al expulsarnos del Paraíso, es intocable. Por lo tanto la variable definitiva del marketing nos está prohibida.

Dado que la variable que nos daría el poder absoluto nos es ajena no podemos hacer nada. Estamos expuestos a los caprichos de Dios, su propietario. Sólo Dios conoce la arquitectura interna del Plan que realmente nos mueve. Así que la única alternativa racional es tumbarse a descansar.


Entiendo que acabo de destrozar tu carrera, claro está. La ilusión de control sobre la que asentabas toda tu vida ha quedado deshecha. Lo único que te queda es una rabia enorme contra todo lo que se mueve.

¡Ey, tío, jódete! ¡Yo qué sé!