¿Creíais que yo sólo compraba
comedias y pelis de dibujos? Pues si es así acertáis, es que ayer
tenía el día exquisito. Bueno, eso y que sólo tenía unas
monedas. Así que me he comprado esto por 50 céntimos.
Me he comprado esta peli porque en la
portada sale un actor que salía en Ciudadano Kane, así que entiendo
que es de la pandilla de Orson Welles. La pandilla de Orson Welles es
el análogo a la pandilla Chanante en Estados Unidos a principios del
siglo pasado, cuando todo era en blanco y negro, por alguna razón.
Ser de una pandilla de guays mola, pero
es un arma de doble filo; por un lado te sientes guay, porque eres
parte de una pandilla guay y eso te convierte automáticamente en
guay. Pero está el reverso oscuro: estás tan fascinado siendo guay
que a veces te olvidas de que quizás ya no lo estás siendo tanto.
Por ejemplo, Orson Welles acabó gordo
y hecho polvo. ¡Pues a mi eso no me parece nada guay! Lo guay es
acabar feliz, rodeado de tu familia, que te veneran por ser tan
sabio, que es en lo que se convierten los guays con los años. Si
acabas hecho polvo quiere decir que en algún momento del camino
perdiste la ruta guay.
Por eso, amigo guay, te espeto: revisa
tu comportamiento día y noche. No te dejes fascinar por las luces de
colores que ahora te rodean porque quizás sean fuegos fatuos. Y si
no te mantienes ojo avizor puede que pierdas la senda verdaderamente
guay, que es la de la sabiduría.
Yo he conocido a tanta gente guay que
estoy empachado. ¿Y dónde están ahora? ¡Quién sabe! Siendo guays
desde luego no, porque si no estarían conmigo. Yo soy el alfa y el
omega de lo guay, como hemos acordado ya tantas veces, amigo querido.
Uno puede creerse guay y, un día,
despertarte trabajando en una inhóspita web como un currito más.
¿Quién sabe ahí que tú eras guay? Ni el tato. El título de guay
es una putada de título, porque en cuanto te sales de la pandilla de
guays no sirve para nada. Tienes que ser guay independientemente de
quién te rodee, y ese es un trabajo en sí mismo.
¡No confíes en los popes de la
guayez! El que se autoproclama pope es un farsante, porque el
verdadero guay comparte su guayismo con todo aquel que se le acerca.
Lo guay, como el amor, es una sustancia que se multiplica al
compartirla.
Si atesoras tu guayismo para ti solo un
día te despertarás siendo otro cuñado, como tantos nos rodean. Y
ese es un final muy triste para alguien que un día fue guay. ¿No
crees?