¡Vaya! ¡La realidad virtual ha
eclosionado! ¿Qué será? ¿Una suntuosa rosa? ¿Un reventón
clavel? No, un hierbajo infame. Como sospechaba.
La realidad virtual, bajo mi punto de
vista, ha llegado a lo más alto que puede llegar la realidad
virtual: a ser una cutreatracción en el Centro Comercial Príncipe
Pío. Donde metes al niñazo mientras te vas a tomar un café con
orujo porque, de verdad, es que no aguantas más.
Como yo ya soy muy viejo muy viejo he
visto esto antes. Lo de la realidad virtual no es de ahora. Que va.
¿No recordáis El Cortador de Césped? Por aquel entonces ya se
hablaba de fascinantes mundos virtuales en los que descargaríamos
nuestras conciencias para llegar a ser ¿quién sabe? todo lo que
diese de sí nuestro potencial.
Sin embargo El Cortador de Césped
terminó siendo un cult classic de serie B superchungo. Y la realidad
virtual terminó siendo lo mismo.
Por otro lado, el fundador de Oculus
Rift ha aparecido enseñando su barriga ridícula en un cosplay
infame. Un auténtico cuñado. Eso sí, un auténtico cuñado que ha
sacado un gritón de dólares vendiendo humo.
Si a todo esto añadimos que en el
Centro Comercial Príncipe Pío hay una atracción bananera de
realidad virtual, ¿a que conclusión llegas? Menos mal. Pensaba que
no te ibas a dar cuenta nunca...
Tío, si es que esto ya ocurrió. En
serio. Recuerdo perfectamente el simulador de realidad virtual que
había en la planta de juguetes de El Corte Inglés. Era una base
octogonal en la que te subías y te ponías un casco. En la mano, un
joystick. Lo mismo que hoy pero con gráficos chunguettis.
Pero el problema de la realidad virtual
sigue siendo el mismo. Que es un coñazo. Que es incómodo. Que no
sirve para nada. Sólo para enchufársela a tu hijo en el centro
comercial y que te deje en paz. Hasta que el niño se canse, porque a
los niños no se la cuelas demasiado tiempo con el hype.
De verdad, es que apostáis fatal.
¡Fatal! ¡Fatal! ¡Fataaaaaaaaaaal!