Me prometí no ir a San Isidro, pero
mis putos amigos a los que odio con todas las fuerzas de mi alma me
han metido es esta bacanal popular. Tiemblo. Me estremezco.
Los podemitas somos gente curiosa: todo
para el pueblo, pero sin el pueblo. Entendemos las necesidades de
esparcimiento de las clases bajas, ralas, pero juntarnos con ellos al
mismo nivel nos produce náuseas. Es como si nos manchasen con su
mera presencia y su olor a calimocho.
¿Qué le vamos a hacer? Cada uno es
como es.
Es evidente que somos mejores líderes
que los otros por una cuestión muy sencilla: a nosotros nos das asco
pero te lo decimos felizmente. Los otros te odian con la misma
intensidad o incluso más pero se hacen tus colegas. Te dicen que
crean empleo para ti cuando lo hacen para llenarse los bolsillos. Yo
por lo menos no quiero exterminarte, ellos sí. Yo fantaseo con la
idea pero nunca la ejecuto.
Así que entre un tirano que te quiere
exterminar y otro que te tolera e incluso le caes simpático si te
mantienes a distancia ¿con quién te quedas?
Pues conmigo, gilipollas. Que eres
tonto del culo pero tan-tan-tan tonto no.
A los líderes siempre les vas a dar
asco, porque están hechos de una pasta mejor que la tuya y te van a
mirar por encima del hombro siempre. La única diferencia es cuánto
te quieran a pesar de la diferencia abismal.
Yo, aunque me des dentera, te quiero
mucho. ¿Qué tendrá que ver una cosa con la otra? Si no fuera
superior a ti no podría cuidarte. En vez de rayarte porque de vez en
cuando te mire con la nariz fruncida deberías votarme, porque el
otro te pone buena cara pero planea tu destrucción en las sombras.
Si me has visto por la Pradera de San
Isidro quizás hayas quedado deslumbrado por mi porte real. ¿No es
así? Pues bien, iba pensando en cómo sacarte de las tinieblas. El
otro está pensando en cómo hundirte más en ellas. ¡Vota Juan!