sábado, 1 de octubre de 2016

Bota Abaixo


Este es el típico juego de beber pero reglado, no hecho ahí de cualquier manera en el puto bar con unos vasos de chupito. Este es un juego de cartas serio, con unas ilustraciones, para mi gusto, demasiado buenas para un juego de bareto que se mancha de alcoholazo en cero coma.



Me lo trajo mi primo de Portugal. Las ilustraciones, insisto, me parecen de mucha calidad, así que que no espere que yo vaya a jugar a esto porque no lo voy a hacer. Lo voy a guardar como pieza de colección, ya que yo soy coleccionista menor.

Soy coleccionista menor porque colecciono pero no me vuelvo loco por ello. Me gusta atesorar ciertas piezas que me parecen muy chulas pero no me desvivo por ello. Es una afición, no una obsesión, y por tanto disfruto mucho.


Las piezas de mi colección son de toda índole. A lo que más dedico el tiempo y el espacio es a los videojuegos y a la tecnología en general. Tengo una gran debilidad por esa época que yo llamo “1999”, que es cuando empezó Internet, cuando estaba la familia Pentium de Intel, cuando el módem era interno o externo y era de 56 kbps.

Como en todo, me gusta que mis aficiones sean originales. Es importante que haya llegado yo mismo, sin que me lo haya dicho la Jot Down, a la conclusión de que son interesantes. De no ser así pierde todo el interés, ya que a mi me interesa ser original. No por “hacerme el originalito”, sino porque creo que yo tengo la capacidad para ser verdaderamente original y desaprovecharla sería darle la espalda al mundo, mirarme al ombligo.


Podría saber que soy original y tener la vanidad de ir diciendo por ahí que no lo soy, con una falsa humildad que es la más espantosa de las soberbias. ¿De qué sirve tener una joya deslumbrante si la tienes en la caja fuerte? La fortuna, de afortunado, de poseerla me obliga, por decencia, a compartir su visión con el mundo, ya que el mundo es muy poco original y me necesita más que al oxígeno, al nitrógeno y al argón.

Vengo un poco hecho polvo de la calle, te tengo que confesar. He visto a un mendigo que conozco desde hace tiempo y tiene un aspecto muy desmejorado. Este puto mundo pasa de la gente desafortunada porque ¡diablos! es una carga demasiado pesada. Bastante tengo con ir a Primark y decidir si me llevo esta puta mierda de perro a 3,99 o prefiero esta bosta de rata a 2,50. Ni se me pasa por la cabeza darle esos 2,50 al mendigo porque él no hace nada por mi, sólo recordarme, con su presencia, que soy una mierda de persona.


La gente se pregunta qué me ha pasado todos estos años. De dónde viene este cabreo que me nace del núcleo, de la raíz. ¿De verdad se lo preguntan? Maldita sea, miraos al espejo. Habéis conseguido, con vuestro egoísmo, que el mundo casi explosione, harto de vuestra ceguera. Parece ser que el mundo y yo estamos íntimamente conectados, y cuando él dice basta yo lo hago también, por solidaridad o porque ambos somos la misma cosa.

Naturalmente que no puedo seguir tan campante cuando con vuestra actitud estáis mandando criaturas inocentes al paredón. Lo normal es mi cabreo, no vuestra desconsideración, obsesionada con vosotros mismos y con nada más que vosotros mismos. Ese cerebro que Dios os dio para contribuir a su obra vosotros lo utilizáis para levantar un templo a vuestro ombligo. Tal es vuestra megalomanía. Tal es vuestra locura.


Es lógico que yo, como poco, os dé la espalda. Dios también lo ha hecho, por eso vuestros métodos últimamente no funcionan. El Padre se cansó de que utilizaseis sus riquezas, ya que son de Él y no vuestras, para montar una bacanal que no tiene más sentido que vuestra autocomplacencia. Por eso retiró su apoyo a vuestra civilización, porque la usabais para desafiarle, no para honrarle.

Y yo, que soy magnífico, pues no iba a contribuir con mis exquisitas joyas a vuestro desastre conceptual. Soy demasiado grande como para ofrecerle a unas criaturas tan miserables como vosotros la belleza más sublime. Así que, cual gato, me he girado y os he enseñado el ano, no sin antes pegaros un bufido para que, al menos, el terror que soy capaz de infundiros en vuestro corazón os destruya poco a poco, ya que hay que destruir al virus, aunque sea poco a poco.


Mi plan ha tenido éxito, como siempre. El terror os ha ido carcomiendo y ahora estáis más suaves. El peso que lleváis en el corazón tiene mi nombre escrito y no os deja avanzar. Esa es, hasta ahora, mi obra más perfecta.

No es tan fácil como podáis pensar. Hay que detectar, primero, cuál es ese punto blando que tenéis y luego lanzarle un obús de 100.000 megatones. Eso os detendría. Y así ha sido.


¿Os creéis que me chupo el dedo?