Este es el típico juego de beber pero
reglado, no hecho ahí de cualquier manera en el puto bar con unos
vasos de chupito. Este es un juego de cartas serio, con unas
ilustraciones, para mi gusto, demasiado buenas para un juego de
bareto que se mancha de alcoholazo en cero coma.
Me lo trajo mi primo de Portugal. Las
ilustraciones, insisto, me parecen de mucha calidad, así que que no
espere que yo vaya a jugar a esto porque no lo voy a hacer. Lo voy a
guardar como pieza de colección, ya que yo soy coleccionista menor.
Soy coleccionista menor porque
colecciono pero no me vuelvo loco por ello. Me gusta atesorar ciertas
piezas que me parecen muy chulas pero no me desvivo por ello. Es una
afición, no una obsesión, y por tanto disfruto mucho.
Las piezas de mi colección son de toda
índole. A lo que más dedico el tiempo y el espacio es a los
videojuegos y a la tecnología en general. Tengo una gran debilidad
por esa época que yo llamo “1999”, que es cuando empezó
Internet, cuando estaba la familia Pentium de Intel, cuando el módem
era interno o externo y era de 56 kbps.
Como en todo, me gusta que mis
aficiones sean originales. Es importante que haya llegado yo mismo,
sin que me lo haya dicho la Jot Down, a la conclusión de que son
interesantes. De no ser así pierde todo el interés, ya que a mi me
interesa ser original. No por “hacerme el originalito”, sino
porque creo que yo tengo la capacidad para ser verdaderamente
original y desaprovecharla sería darle la espalda al mundo, mirarme
al ombligo.
Podría saber que soy original y tener
la vanidad de ir diciendo por ahí que no lo soy, con una falsa
humildad que es la más espantosa de las soberbias. ¿De qué sirve
tener una joya deslumbrante si la tienes en la caja fuerte? La
fortuna, de afortunado, de poseerla me obliga, por decencia, a
compartir su visión con el mundo, ya que el mundo es muy poco
original y me necesita más que al oxígeno, al nitrógeno y al
argón.
Vengo un poco hecho polvo de la calle,
te tengo que confesar. He visto a un mendigo que conozco desde hace
tiempo y tiene un aspecto muy desmejorado. Este puto mundo pasa de la
gente desafortunada porque ¡diablos! es una carga demasiado pesada.
Bastante tengo con ir a Primark y decidir si me llevo esta puta
mierda de perro a 3,99 o prefiero esta bosta de rata a 2,50. Ni se me
pasa por la cabeza darle esos 2,50 al mendigo porque él no hace nada
por mi, sólo recordarme, con su presencia, que soy una mierda de
persona.
La gente se pregunta qué me ha pasado
todos estos años. De dónde viene este cabreo que me nace del
núcleo, de la raíz. ¿De verdad se lo preguntan? Maldita sea,
miraos al espejo. Habéis conseguido, con vuestro egoísmo, que el
mundo casi explosione, harto de vuestra ceguera. Parece ser que el
mundo y yo estamos íntimamente conectados, y cuando él dice basta
yo lo hago también, por solidaridad o porque ambos somos la misma
cosa.
Naturalmente que no puedo seguir tan
campante cuando con vuestra actitud estáis mandando criaturas
inocentes al paredón. Lo normal es mi cabreo, no vuestra
desconsideración, obsesionada con vosotros mismos y con nada más
que vosotros mismos. Ese cerebro que Dios os dio para contribuir a su
obra vosotros lo utilizáis para levantar un templo a vuestro
ombligo. Tal es vuestra megalomanía. Tal es vuestra locura.
Es lógico que yo, como poco, os dé la
espalda. Dios también lo ha hecho, por eso vuestros métodos
últimamente no funcionan. El Padre se cansó de que utilizaseis sus
riquezas, ya que son de Él y no vuestras, para montar una bacanal
que no tiene más sentido que vuestra autocomplacencia. Por eso
retiró su apoyo a vuestra civilización, porque la usabais para
desafiarle, no para honrarle.
Y yo, que soy magnífico, pues no iba a
contribuir con mis exquisitas joyas a vuestro desastre conceptual.
Soy demasiado grande como para ofrecerle a unas criaturas tan
miserables como vosotros la belleza más sublime. Así que, cual
gato, me he girado y os he enseñado el ano, no sin antes pegaros un
bufido para que, al menos, el terror que soy capaz de infundiros en
vuestro corazón os destruya poco a poco, ya que hay que destruir al
virus, aunque sea poco a poco.
Mi plan ha tenido éxito, como siempre.
El terror os ha ido carcomiendo y ahora estáis más suaves. El peso
que lleváis en el corazón tiene mi nombre escrito y no os deja
avanzar. Esa es, hasta ahora, mi obra más perfecta.
No es tan fácil como podáis pensar.
Hay que detectar, primero, cuál es ese punto blando que tenéis y
luego lanzarle un obús de 100.000 megatones. Eso os detendría. Y
así ha sido.
¿Os creéis que me chupo el dedo?