Rosana es esa señora gorda canaria que
canta que dicen que es lesbiana pero no lo sé seguro. Pero como me
hace gracia que la gente diga esas cosas yo lo digo también.
Los rumores sobre la sexualidad de la
gente son el alpiste de la vida. Si no fuera por ellos, ¿de qué
coño hablaríamos? Da mucho gustito decir que Rosana es lesbiana,
porque la ridiculiza, y así yo me siento mejor, porque ella es peor.
Jajaja. Qué bien me siento.
Decir que tu jefe mama pollas es muy
guay, porque estás hasta los cojones de tu jefe y te da risa
imaginarle ahí chupando una polla de negro. Así sobrellevas la puta
vida más feliz. Los rumores sexuales alivian nuestro peso.
Si tu jefe es muy mal jefe sólo tienes
que decir que es homosexual. Puedes juntarte con la secretaria, que
le va la marcha que te cagas, y reíros de él cuando no mira. Cuando
veis su nuevo abrigo os miráis los dos y asentís con la cabeza,
porque ese abrigo sólo se lo podría poner un homosexual. Ese abrigo
es un canteo. La secre y tú os descojonáis.
La secre y tú criticáis la mierda de
trabajo que hace tu jefe. Repasáis sus “logros” y los
despellejáis inmisericordemente. Cuando viene la chica italiana de
la planta de arriba se junta al aquelarre, y dice lo mismo que
vosotros dos, que ese tío no sólo es un maricón, sino que además
es un puto paquete.
Como no tenéis otro vínculo más allá
del trabajo, porque ella está casada, seguís destripando al tolai.
Os descojonáis juntos, en una nota altísima, que ni María Callas.
La gente os pregunta que de qué os reís y vosotros decís que de
nada, de nada.
Ella un día te presenta a su marido,
que ha venido al trabajo. El tío es profesor de karate. Tú te cagas
en todo, porque el notarrón no sólo está mazado, sino que encima
parece un buen tipo.
Ay, Amada. Cuánto te echo de menos.