A mi Manolo me llama Johnny. Además,
cuando salíamos a emborracharnos que te flipas la cabeza, yo pedía
Johhny Walker, porque me parecía el whisky más guay, el que más
estilo tenía.
A veces, en mi afán por ser tan duro
como Manolo, me pedía el puto Johnny solo. ¡Un Johnny solo! Aquello
sabía a diablos, pero yo me lo tragaba, porque yo quería ser uno de
esos tipos duros, que no bailan, como Manolo.
Manolo sabía que mover las caderas
sólo era para pericas y para negratas. Ni un puto blanco que se
respete debe permitirse ser sorprendido bailando. A mi aquello me
parecía muy bien, pero yo bailaba que te cagas. A mi salir sólo me
importaba para intentar ligar, y si la cosa no se daba bien, que
nunca se daba, sólo me interesaba bailar.
Hacíamos un gran equipo. Los talentos
de unos eran las debilidades de los otros. Cuando jugábamos juntos,
como el Alcoyano, éramos alabados por nuestra heterodoxia y por la
mezcla brillante que habíamos conseguido.
Siempre acabábamos con los descartes,
con las tías que no le gustaban a nadie, las que cerraban los bares,
como nosotros. No los cerraban porque eran marchosas, los cerraban
porque eran paradas, como nosotros, y no se atrevían a insinuarse a
nadie. Y nosotros, como tampoco sabíamos hacer eso, nos quedábamos
con ellas.
Vamos, más yo, pero ellos tampoco es
que fueran Cristiano Ronaldo, precisamente.
Yo no tengo ningún problema con las
gordas. Lo que de jovencito parecía una excentricidad, “cosas de
Juan”, hoy en día es un hecho establecido. Las gordas son las
mejores. Las gordas concentran su energía en lo que es importante,
estar macizas que te cagas, y cuando follan follan de verdad.
Follarte a una gorda en como follarse la tarta de American Pie, está
todo más jugoso, porque el ki está concentrado en el coño y no en
mantener la compostura, como les pasa a las guapas. Las guapas están
demasiado preocupadas por serlo, por eso follan regular. No se
entregan. Les pesa más el tocador.
Otra raza de noche que me gusta son las
locas. Las locas son esas que tienen una mirada rara y a los chicos
normales les espantan. Pero como yo no soy un chico normal sé leer
lo que hay en esa mirada de bibliotecaria. Las locas son como el
Santo Grial en La Última Cruzada de Indiana Jones. El verdadero
Grial es la copa de un carpintero, no una copa de oro y rubíes. El
que beba del verdadero Grial tendrá Vida Eterna y el que beba del
falso hallará la muerte.
Las locas son esa copa de carpintero.
Son las que no llaman la atención pero te dan la Vida Eterna. No hay
máquinas sexuales más implacables que ellas. Con ellas todo está
permitido, y no por desesperación, sino por vocación, por
convencimiento, porque ven la luz. Ellas entienden el Cristo y lo
contemplan con la misma claridad que tú. Por eso, fundidos,
alcanzáis orgasmos que se celebran en el Cielo.
Mi mujer habrá de ser como la de Mr.
Bean. Y yo soy Mr. Bean.