Yo soy muy de comprar basura. Sé que
la basura, en su núcleo, tiene oro, al contrario que el oro, que en
su núcleo contiene basura.
Por eso mis amigos son basura. He
elegido como mis amigos a aquellos que no quieren en ninguna parte.
Los inútiles, los desheredados, los que no encajan ni a martillazos.
Los elementos, los babosos, los traidores. Los que no valen ni como
pienso. Los que nadie quiere.
Esos, justo esos, son los que quiero
yo. Póngame kilo y medio de esa basura. Es baratísima, ¿no?
Perfecto. Ustedes no saben lo que vale esto y yo sí. Por tanto me lo
venden a precio de arena. Cojonudo. Les he vuelto a dar el palo.
Mis inutilísimos amigos no saben lo
que valen. Al ser tan tontos no reconocen su propia calidad, que es
altísima. Son tan tontos como los demás e incluso más, porque se
creen las patrañas de personas todavía más tontas que ellos, si es
que eso es posible.
Por eso a mis amigos les trato como la
basura que son. Para moldearlos. Porque alguien tiene que enseñarles
que son cracks del balón. Porque las tibias caricias de los que los
ven como inferiores no harán que saquen su fuerza. Soy yo, y sólo
yo, el que puede hacer que tomen conciencia de su poder. Por eso les
trato a latigazos, como un patrón egipcio.
Mis amigos cualquier día de estos me
van a pillar. Van a darse cuenta que tengo un plan ulterior. Son
tontos, pero no subnormales. Mi comportamiento es demasiado cantoso.
Cualquier día de estos van a pillarme el truco y van a empezar a
comportarse como los superhéroes que son. Y entonces mi trabajo, en
el que tanto mimo he puesto, habrá terminado.
Mis amigos me empezarán a tomar el
pelo, como siempre han hecho, en aquellos tiempos en los que no tenía
otro plan en la vida que ir donde va Vicente. Me dirán “ya te vale
Juan” y seguirán haciendo aquello para lo que los he preparado.
Mis amigos son tontos. Pero cualquier
día de estos dejarán de serlo.