¿Qué me decís de esta especie de
Nacho Cano y Alaska que salen en la portada de este recopilatorio
nauseabundo? Un macho y su puta. Modernidad total.
Hoy en día lo que se lleva son los
machos y las putas, por la sencilla razón de que los maricas y las
profesionales cualificadas están por todas partes. No hay nada bueno
ni malo, hay cosas sobadas y cosas que no lo están. La modernidad
consiste en ir por delante de todos, marcándoles el camino, como uno
de esos carromatos con luces que hay en los aeropuertos, para que
sepan que, ahora que se cierran todas las puertas, el rollo va por
aquí.
Antes tus jefes eran señores con puros
que te daban una hostia si soltabas una risita. Ahora son jóvenes
con gafas de pasta que si te echas un eructo te echan de la empresa,
por impresentable. El control siempre será el control, se vista de
lo que se vista. Y ahora que todo el mundo lleva gafas de pasta el
control, por efecto mimético, también las lleva. Por eso la
modernidad se escabulle por dónde la dejan, y hoy en día es por el
rollo macho+puta.
La modernidad es asexual, o, mejor
dicho, esa es una cosa que entiende que no es crucial. Si ahora para
hacer lo que me da la gana hay que hacerse maricón pues se lo hace
uno y no pasa nada. Pero si de repente todos los mentecatos del mundo
se han hecho gays pues yo ya no me siento a gusto, porque la novedad
se ha convertido en norma, y a mi la norma me aburre que lo flipas.
Yo no vine al mundo a seguir una norma, vine a crearla yo. Así que
ahora soy un macho camacho.
La modernidad es como el mercurio y es
bueno que así sea. Porque si no llegaría un momento en el que el
mundo se convertiría en un valle gris de normas y no quedaría sitio
para la espontaneidad. A nadie le sorprende que hoy un señor con
todo el bigote diga que esta falda es di-vi-na. Sin embargo, ahora sí
que es sorprendente que un señor, con bigote o sin él, trate a una
chavala como un trozo de carne, relamiéndose de lubricidad.
Cuando te hartas de salado quieres
dulce, y viceversa. ¿No te has dado cuenta? Por eso los borrachos
experimentados compramos en el Seven Eleven una bolsa de Fritos y un
Círculo Rojo, porque sabemos que cuando acabemos con uno nos va a
apetecer el otro. Con las normas sociales hacemos lo mismo. Cuando
nos empachamos de una tiramos de la otra. Y cuando nos empachemos de
esta nueva volveremos a la anterior. Y así la humanidad avanza,
siguiendo el sonido de nuestro tam-tam.
¿Soy yo un mutante? Definitivamente
sí, porque mi capa exterior muta que ni el Vengador Tóxico. ¿Ahora
qué rollo te llevas, Juan? Ah, ahora eres marica. Pues me parece muy
bien. ¿Y ahora, Juan? Ah, ahora eres un minero. ¡Qué cosas tienes!
Tus motivos tendrás.
¿A dónde lleva todo esto? Si lo
sabes, querido amigo, ponme un Whatsapp. Porque empiezo a estar
preocupado. Empiezo a necesitar tierra firme, empiezo a necesitar
echar raíces y crecer. No puedo estar molando tanto de forma
continuada, o sí, pero necesito que ese molar tanto, tanto tanto,
empiece a dar frutos. Porque si no esto no me renta.
Ya, ya sé que hoy en día el molar
está poco cotizado, que el mundo tiene otros problemas. Pero hazte
tú cargo de lo mío, hombre de Dios.