Sois unos descreídos. Así os va. Que
vais por la vida creyéndoos muy importantes y polvo sois y en polvo
os convertiréis.
Este catecismo pertenecía a mi tía
Angustias. Murió hace unos meses y este fin de semana hemos ido a
repartirnos el botín de su herencia. Estuvimos encantados, como
alimañas apurando cada fibra de carne putrefacta del cadáver.
A mi su máquina de coser Singer, que
seguramente sea muy valiosa, me la trae bastante al pairo. Yo
prefiero recuerdos de ella que tengan significado para mi. Así que
yo opté por pedirme los juguetes de cuando yo era pequeño e iba con
mis amigos a su casa a jugar. Ahora, sin pensar mucho, se me viene a
la cabeza Ratonera de MB y un cubo de Rubik irregular. Por allí
estarán, en el desván, a buen recaudo.
Este catecismo resulta que estaba en un
armario envuelto en papel de regalo. Mis familiares, que no respetan
nada, se apuraron a abrir el puto regalo, sin respeto alguno, y
resulta que dentro estaba este Catecismo de la Santa Madre Iglesia.
Interpreto que lo que yo entiendo una
falta de respeto Dios lo interpreta como parte de su juego del
destino. Sabe que mis familiares son como son y van a abrir los
regalos que ella tuviera en el armario. Además, porque Dios todo lo
sabe, sabía que yo estaría presente en el momento de la herejía.
Así que me temo que este libro estaba destinado a que yo lo tuviera.
Como mi familia son una horda de rojos
cuando ven un catecismo se les ponen los pelos como escarpias. Y yo,
que soy más rojo que cualquiera de ellos, sé que Cristo es el rojo
más rojo que se ha paseado por la Tierra. Pablo Iglesias al lado de
Jesús es un terrateniente. Por eso atesoro cada cosa que huela a
cristianismo, porque es de un rojerío más duro que El Capital de
Marx.
Yo soy rojo-rojo. Soy tan rojo que amo
a Dios. Fíjate a qué nivel de rojerío llega el que suscribe.
Como a mi no me interesa la puta
máquina de coser Singer y sólo quería algún recuerdo de ella que
tuviera un significado especial, me apuré a pedirme este libro.
Primero porque me gusta, y segundo porque los rojos de chichinabo de
mis familiares iban a despreciarlo. Yo siempre cojo las sobras,
porque en las sobras es dónde está el oro. Sólo hay que saber
verlo. Afortunadamente, Dios me dio visión de Rayos X, como a
Superman.
Mi abuela Esperanza también murió
hace unos meses más. En esos meses en mi familia murió hasta el
apuntador. Vaya tela.
El caso es que los últimos años que
mi abuela Esperanza estuvo viva yo me apuré a estar tiempo con ella.
Le di una alegría muy grande: yo siempre había pasado de temas
religiosos y eso a mi abuela le jodía. Pero desde que alcancé la
iluminación, pues oye, como que aunque sólo sea por quedar bien con
el de arriba, me interesé por esos asuntos.
¡Qué alegría se llevó mi abuela
cuando le pedí que me llevara a la Iglesia! ¡Qué contenta iba ella
con su nieto, el hijo de su hijo Gaspar, también finado, a presumir
delante de las otras viejas los domingos! Le di la alegría de su
vida.
Tan contenta estaba que un día entró
por la puerta. Venía sonriendo, como unas castañuelas. “¡Abuela!
¿Qué pasa?” Pues pasaba que debajo de su brazo llevaba un tomo de
la Biblia enorme. Inmenso. Uno de esos libros que se ponen en los
atriles, porque no hay Dios que pueda con ellos para leerlos en la
cama. Había ido a la Iglesia del pueblo y le había pedido al cura
un tomo de la Santa Biblia para regalárselo a su nieto. Y allí me
lo traía, malamente, porque el puto libro pesa un quintal.
Así que, después de aquello, entiendo
que si mi abuela Esperanza me legó la Biblia, es de Ley que mi tía
Angustias me legue un Catecismo. Porque me da la sensación que eso
encaja en el puzzle que Dios tiene preparado para mi.
Espero que no me haga la putada y me
reserve un final trágico. Me jodería un huevo, en serio. Tendríamos
unas palabritas Él y yo cuando llegue yo ahí arriba…