martes, 25 de octubre de 2016

Saint Etienne Tales from the turnpike house


Saint Etienne está bastante bien, pero también es bastante coñazo. Es una de esas mezclas que ni pa ti ni pa mi.


Con Saint Etienne te deprimes y te pones contento a la vez. Es como el algodón de azúcar, que qué rico pero a la vez vaya bola. No hay quién pueda con ella. ¿Quién es capaz de comerse un algodón de azúcar entero? Nadie, uno lo acaba tirando, porque es demasiado.

Sin las pastillas anti depresión la humanidad no habría podido llegar hasta donde está. Porque de hacer caso a las emociones que nos lastran no hubiésemos podido avanzar tanto ni tan rápido. Si pensásemos en todas las barrabasadas que hacemos y nos han hecho no nos podríamos levantar de la cama. Para eso, para aliviar nuestras conciencias, inventamos las pastillas anti depresión.


Con las pastillas anti depresión hacemos trampas, no pagamos las consecuencias de nuestros actos. Da igual que tratemos mal a este y nos remuerda la conciencia o que este nos trate mal a nosotros y nos remuerda el corazón, porque con estas pastillas las emociones difíciles de lidiar quedan debajo de la alfombra y podemos seguir viviendo como si fuésemos angelitos del Señor en su Gracia.

Es cierto que al final, si hacemos trampas, la movida tiene que acabar petando por algún lado, porque el pozo negro algún día se llenará y explotaremos. ¿Será delante de nuestro jefe? Puede, y perderemos el trabajo y todo se irá a tomar por culo. ¿Petaremos delante de nuestra pareja? Puede, y nos quedaremos sin pareja, y será reemplazada por la depre. ¿Petaremos en la autopista? Puede, y nos mataremos con el coche. Al final hay que pagar, porque la banca siempre gana.


Sea como sea, eso de hacer caso a las emociones es un coñazo. Las emociones quieren que te quedes en casa descansando, pero tus amigos quieren que salgas a emborracharte. Y como quedarse en casa es de perdedores te vas con tus amigos, porque no quieres que la gente crea que eres un perdedor. No quieres hacerte cargo de la realidad, porque la realidad está manga por hombro. Por eso nos hemos esforzado más en inventar pastillas que en ser honestos con nosotros mismos.

No, hacer una vida honesta no está al alcance de cualquiera, sólo de los más valientes. ¿Quién tiene cojones de hacer frente al ridículo social? Nadie, eso pesa más que mil depresiones. Por eso es mejor hacer trampas y hacer como que todo está perfectamente bien, aunque no lo está. Todo el mundo hace lo mismo. Que lo haga yo también no cambiará el cómputo final, que está en unos números tan rojos como Santiago Carrillo.


Vivir sin pastillas era lo que hacían nuestros ancestros, por eso se alumbraban con velas y no con leds. Si no fuera por las pastillas, ¿de dónde sacaríamos el ánimo para inventar leds? De los cojones. Nadie tendría ánimo para eso. Nos quedaríamos todos en casa y la economía se desplomaría. Y como es mejor que nos desplomemos nosotros a la economía, ya que la economía es más vital que nosotros, pues nos metemos otra pasti y tira millas.

¡Hombre, estaría bueno! ¡La vida está para disfrutarla, no para hacer las cosas bien! La gente tiene unas cosas que yo, de verdad, me muero de risa.