Este es el disco que sacó Michael
Jackson antes de su escándalo sexual. El orgullo precede a la caída,
está claro.
Yo flipé con el rollo que se llevaba
Michael aquí. ¡Un homenaje a sí mismo! Y no un homenaje
cualquiera, un homenaje en plan dictador militar. Este disco colocaba
a Jacko en la categoría de semidiós. Se quedó a gusto, aquí
Jacko.
Cuando las personas nos ponemos así
nos ponemos insoportables. No hay quién nos aguante. Así que la
gente se va puteando contigo, porque vas muy de guay, y un día
inventan un escándalo sexual contra ti y se quedan tan anchos. ¡Pero
de qué va el Michael Jackson este! Te vas a enterar, hombre.
Así que a Jacko le acusaron de cosas
muy graves, que tengo entendido que al final eran falsas. Pero ya
daba igual, se habían comido de un bocado al Rey del Pop por pasarse
de listo.
Menos mal que Jacko no era español,
porque aquí a los listos sí que no se les aguanta. A los listos se
les tira al pilón en cuanto abren la boca. Aquí somos menos
retorcidos, más nobles, nuestros castigos son de cara. Te cogemos
entre todos y te tiramos al pilón, no inventamos una trama contra
ti. Aquí somos muy machos, los más machos del mundo.
Somos tan machos, tan nobles, que te
partimos la cara. No, no andamos con jueguecitos. Nuestro honor de
hombres no nos lo permite. Los hombres no podemos hacer triquiñuelas,
no andamos con trampas por debajo de la mesa. Los hombres tenemos que
mirarnos a los ojos y desafiarnos. Los agravios los resolvemos cara a
cara, no como las mujeres, que lían Roma con Santiago por un quítame
de allá esas pajas. En las bofetadas que nos damos, a mano abierta,
está implícito todo el mensaje. Te has portado mal. Toma hostia,
hijo.
¿Qué más se necesita? Yo creo que no
mucho más. Los castigos han de ser directos, para que el castigado
sepa por qué se le castiga. Has ido de listo. Toma hostia. ¿Dónde
está el problema?
El problema es que los niños, al
serlo, se sienten agraviados aunque los agraviadores sean ellos.
Todavía recuerdo una bronca que me echó mi abuelo de pequeño.
Todavía no le he perdonado. Y tenía razón, los niños del pueblo
nos estábamos pasando de guays. Estábamos haciendo demasiadas
travesuras. Bueno, estoy siendo condescendiente con nosotros mismos:
estábamos siendo unos hijos de la grandísima puta. Tirándole
globos de agua a las viejas que iban a misa, destruyendo huertas sólo
por diversión, abollándole el Simca 1200 a mi tío Laureano. Y, aún
así, a día de hoy, todavía no tengo conciencia de haber hecho nada
malo. Qué cosas.
Supongo que era porque nosotros también
teníamos nuestra parte de razón, sólo que nadie nos escuchaba,
porque éramos niños. Nosotros nunca vimos nada malo en lo que
hacíamos. Sólo nos estábamos divirtiendo. Nunca hicimos nada
realmente grave a nadie. Bueno, yo una vez sí, y este es un secreto
del que me avergüenzo tanto que todavía no os lo voy a contar. Los
gamberros de mi pueblo saben de qué estoy hablando. Espero que no
tiren de la manta.
Supongo que Jacko también estaba
haciendo sólo travesuras. Sólo quería hacer una broma sobre la
megalomanía. Y, de paso, descubrir a qué sabe eso de creerse un
semidiós. ¡Ey, es humano! Sólo los humanos podemos jugar a que
somos dioses, porque no lo somos. Que nadie nos robe el privilegio de
creernos importantes. Sólo es un rato, luego se nos pasa.