sábado, 17 de diciembre de 2016

EcoEbike

Ayer estuve en un outlet de productos deportivos en la Casa de Campo. Era más pequeñito de lo que pensaba, pero bueno, peor es una pedrada en un ojo.


Me dieron esta octavilla mientras veía bicis que sobrepasan los límites de mi imaginación. Yo dejé el mundo de los bicis, no sé, ¿en 1993? Dios mío, cómo está el patio.

Ahora resulta que las bicicletas tienen motor y ya no tienen tres platos. Tienen uno solo, el pequeño.


A mi estas bicis me parecen motos que no se atreven a dar el paso. Por Dios, para mi una bicicleta no ha de tener ni cambios. Un plato y un piñón. Apáñate con eso.

Yo soy un clásico. Me gusta tener un coche normal, no un Smart, y tener una bicicleta sencillísima, la más sencilla de todas. Estos engendros intermedios que tratan de unir dos mundos por alguna extraña razón me resultan retorcidos. Dios mío, ¿qué problema tienes? Esto que has fabricado es complicadísimo.


Ei, ¿por qué has de romperte el espinazo fabricando una bicicleta que le guste a todo el mundo? Si a ese tipejo no le gustan las bicicletas es su puto problema. No vas a pervertir el bello concepto bicicleta, tranquilo y puro, por un loco terminal que sólo busca más y más potencia.

Para los locos terminales no se fabrican bicicletas, se fabrican camisas de fuerza, lo sabe todo el mundo.


Yo de pequeño nunca tuve problemas con la existencia de coches. Usaba la bici para ir con mis amigos y el coche para que mis padres me trajeran de vuelta a la ciudad. ¿De verdad esos dos mundos son TAN opuestos como nos quieren hacer creer los hipsters?

Y si de pequeño no veía problemas en los coches, de verlos ahora sólo significaría que soy un adulto retorcido. Y eso no es para mi. Demasiado loser. Demasiado gilipollas.