Este juego mola. Eres un tío con
poderes como superguays que, por arte de birlibirloque, hace ¡pum! y
transporta su alma al cuerpo de cualquier conductor. Así puedes
conducir el coche de cualquiera que pase por tu lado.
Este poder estaría muy bien para vivir
en Madrid. Haces ¡pum! y te pones a conducir el coche eléctrico que
pase por tu lado ahora que Carmena ya no deja contaminar.
Porque es que, claro, los coches
eléctricos muy bien pero cuestan un pico. ¿Tú te has mirado cuánto
te cuesta un Renault Zoe, que es como un Clio con más forma de
huevo? Un quintal.
Lo mejor, por tanto, es tener este
poder, que además de hacerte superguay hace que lo seas gratis.
La gente compra Netflix para ser guay.
Para nada más. Las series no tienen nada que ver. Las series no las
entienden, no tienen capacidad. Las ven también para ser guays.
Ellos no entienden Narcos, es como si les hablas en chino. Lo que sí
entienden es que Narcos es guay. Eso sí.
Ser superguay, os confieso, no es nada
fácil. Ser superguay es una religión. Todo lo haces para ser
superguay. Es lo que te motiva para levantarte cada mañana y lo
único que da sentido a tu vida. El resto de cosas son medios para
ser superguay.
Con ser superguay pasa igual que con el
cultivo de patatas: que si las cultivas no las tienes que comprar.
Eso es lo que me pasa a mi. Que no tengo Netflix.
Tengo eso que todo el mundo quiere,
porque sacrifica la sonda de su abuelo por Netflix. Fijaos hasta qué
punto está demandado esto de ser superguay.
Pero claro, como yo tengo así este
carácter artesano no vendo lo superguay que soy por poco dinero.
Como sé los esfuerzos que hay que hacer para ser superguay no lo
quiero malvender. ¿Me entendéis? Ay, muchas gracias. Qué alivio.