El peso perfecto, en mis tiempos, eran
los mismos kilos que centímetros pasabas del metro. No me parece una
mala medida, suficiente, pero seguro que hoy los métodos para
calcular el peso perfecto son muy sofisticados.
Supongo que se hará un complejísimo
sistema de ecuaciones tomando como incógnitas la edad de tu madre,
tu grupo sanguíneo y los años a los que murió tu abuelo. La
solución a ese entramado matemático inextricable debe ser tu peso
perfecto.
Yo prefiero el método de los
centímetros igual que los kilos. Seguro que, redondeando, da casi lo
mismo.
Yo creo que con te alimentes
razonablemente bien ya vale. Y eso incluye no comer sólo soja,
porque si no de lo que te vas a morir es de aburrimiento. De
aburrimiento es de lo que más se muere la gente. La gente piensa
“¿Qué sentido tiene que siga yo aquí?”. Y, pum, va y se muere.
Por eso os insto a alimentar vuestra
glándula molónica porque es la que tenéis más pírrica de todas.
Y es la más importante para la longevidad.
Vuestra glándula molónica os pide
marcha pero a vosotros os da tanto miedo el hecho de la existencia
que le negáis su alimento. Y la glándula molónica se va poniendo
triste. Y la glándula molónica, como mola tanto, cualquier día os
la puede jugar, porque ese es el rollo de la gente que mola,
jugársela a la gente.
Como decía Jesús, un corazón alegre
es la mejor midicina.
Jesús comía cordero y bebía cerveza
con los tontos del pueblo mientras que los piadosos comían mijo, la
soja de hace 2.000 años. Y Jesús se partía la polla de ellos, por
lo pringados e hipócritas que eran.
No es por la boca por donde entra lo
que mancha tu corazón. Así que jámate un cordero.