Antes de Skyrim estuvo Oblivion, aunque
nadie se acuerde de él. Claro, Skyrim es tan la polla que nadie se
acuerda de Oblivion. No me extraña, porque es bastante patatero. A
mi no me gustó nada. Pero ahora que ha adquirido este estatus de
agraviado hace que se despierte mi compasión.
En Skyrim parece que las cosas hicieron
clack. Cinco partes, les costó a Bethesda, hacer clack. Menudo
currito. Con Fallout hicieron clack a la tercera. Pero, visto lo
visto, creo que The Elder Scrolls era la niña de sus ojos y Fallout
sólo fue un entrenamiento para Skyrim. Por eso les salió tan bien,
porque no era su objetivo final.
Oblivion daba depresión. Unos gráficos
super “clunky” y, no sé, un rollo que conmigo no conectó nada.
Yo no soy muy rollo medieval, pero Skyrim conectó y Oblivion no. Así
que algo más que mi aversión al rollo medieval hay ahí.
También conectó Dragon Age, pero
Dragon Age II no conectó nada. Dragon Age II es casi ofensivo.
¡Diablos! Qué malo es Dragon Age II.
O sea, que además de darle un rollo
guapo al juego el juego en sí mismo ha de molar. La modernidad por
sí misma es vapor, como ya espero que sepáis.
Otro juego medieval que casi me gusta
más que Skyrim es Dragon´s Dogma. Qué fino es Dragon´s Dogma. No
en vano es de Capcom. ¡Qué solidez la de Capcom! Casi gana a Valve
en solidez.
Estamos entendiendo temas cruciales,
¿ok? No os despistéis ahora.
Cuando algo es dado de lado de su
estigma nace una flor, la flor del indie más puro. Por eso el éxito
de Skyrim es el de Oblivion, porque hace que mole por otras cosas.
Esto es lo llamado escenario Win-Win.