Cuenta la leyenda que en 1986 Square
estaba al borde de la bancarrota. Sólo le quedaba una bala en la
recámara, el nuevo juego de Hironubu Sakaguchi. Si ese proyecto no
salía bien se irían a la mierda. Así que Hironubu llamó Final
Fantasy a ese proyecto. Su fantasía final.
Parece que el hijo de puta de Sakaguchi
lo tenía todo pensado. Porque una anécdota de leyenda como esa no
te sale de casualidad.
Yo creo que el hijo de puta de
Sakaguchi sabía que iba a tener éxito. Algo se olía. Así que
preparó toda esa enrevesadísima argucia para que su criatura
tuviera aún más bombo. Como si no abultara ya de por sí.
La cuestión es que van por Final
Fantasy XV. Y, como predije con celestial tino, ha sido un éxito.
Una aventura con protagonistas todo tíos. Un concepto revolucionario
en la almibarada sociedad de hoy.
Ya veis qué mierdas de revoluciones
hacemos ahora. Tiene que ser todo por lo bajinis, inspirando más que
aleccionando. Puta vida.
Final Fantasy XIII fue el primer FF que
jugué, así que estaba desprovisto de prejuicios. No tenía FF VII
como Santo Grial intocable, a raíz del cual se habrían de crear los
demás FF.
Por tanto mi visión era pura. Y FFXIII
me encantó. Me sulibeyó.
Así que si un FF tan criticado me
pareció estupendo con mis vírgenes ojos quiere decir que los
críticos estaban equivocados.
FFXV es una razón de peso para hacerse
con una Xbox One.



