Ah, Inazuma. Cómo me gustaría que me
gustase más de lo que me gusta.
No me entendáis mal, no es que no me
guste. Lo que pasa es que lo tiene todo para gustarme pero no acaba
de gustarme. Ese es el “ay” que me reconcome con el tema Inazuma.
Los Disparos Especiales son la hostia.
Es como Campeones elevado a la, no sé, séptima potencia. Pero no
supera a Campeones, aunque tiene más fuegos artificiales.
La mano esa de energía que saca el
portero cuando tiene que parar un tiro especialmente potente se pasa
de la raya. Todas las “magias”, vamos. Es un canteo que aparezcan
esos espectáculos de energía en el campo sin que nadie flipe en
colores.
Ya, ya sé que estas cosas hay que
“asumirlas y ya está”, pero esta es demasiado gorda como para
comérmela así en dos bocados.
Sí, ya sé que esa energía en
realidad no es física, es una representación del alma del personaje
en ese momento. Ya lo sé. Pero permíteme que, aún con todo, se me
atragante. Tampoco pasa nada, colega. Tranquilo.
Y, no sé, como que el alma de la serie
no me acaba de convencer. Hay algo ahí que no. Es como un palo. Que
no tiene mucho jugo.
Pero vamos, que la serie me encanta que
exista. Es cultura pop en estado puro. Por eso me gusta, por su valor
como icono.
Que no es que me disguste, es que
parece que pide a gritos que me guste pero, lo siento, no me gusta
tanto. Es sólo eso.



