Si no te apuntaste en su día a El club
de la lucha estás perdido. ¿Cómo te vas a defender? ¿Cómo vas a
encontrar tu valor personal? ¿Cómo vas a poder estar en un mundo en
el que todos han evolucionado menos tú?
Antes de entrar en El club de la lucha
tienes el culo blando como masa de pan; después de unas semanas lo
tienes esculpido en madera. ¡Y tú yendo al gimnasio low cost a
hacer spinning! Se te va a poner cara de cuñado. Te lo aviso.
En El club de la lucha está prohibido
el spinning. En El club de la lucha si te pillamos haciendo spinning
te lanzamos a tu suerte al centro del tatami. No por sadismo, por tu
bien. Para que hagas ejercicio de verdad.
En El club de la lucha no vale hacer
trampas. Sólo tienes tus pantalones, porque la camiseta hay que
quitársela. No valen armas, no valen trucos. No vale ir de tal
porque de un guantazo te arrancan la máscara. El club de la lucha es
el único lugar puro que podrás encontrar.
Todo lo que alguien te tenga que decir
está implícito en un golpe seco y sordo. La Biblioteca de
Alejandría está implícita, concentrada en ese golpe. Una bofetada
y se acabó la farsa. ¿Ves qué fácil era? ¡Cuánto has deambulado
en vano!
Ya ves, te has pasado la vida huyendo
de esa bofetada y es justo lo que estabas buscando. ¿No es irónico?
Apresúrate en apreciar la ironía, porque te toca pelear.
En El club de la lucha le damos las
gracias al que nos parte la cara, en vez de quedarnos envenenados
toda la vida de rencor. Le damos las gracias por abrirnos los ojos y
en vez de crucificarlo le hacemos un templo. Porque gracias a él
vemos, ya que antes estábamos ciegos.
Así hacemos las cosas en El club de la
lucha. Limpiamente.
Bueno, hay sangre y todo eso, pero ya
me entiendes lo que quiero decir.