En el primer trabajo que tuve con un
contrato normal, no de becario ridículo, tenían botellas de VOSS
Sparkling para ir a la fuente de la cafetería a rellenarlas de agua
normal y beber en tu sitio como un buen empleado. Un empleadillo,
pero que bebía agua en una botella que se vende en El Club del
Gourmet de El Corte Inglés.
Aquello y unos sillones que colgaban
del techo con cadenas delataban una aspiración estética amplia.
“Aquí no vas a tratar con cualquier mindundi”, venía a decir
todo aquello. Y en parte es cierto y en parte no.
Un mindundi nace en el momento en el
que te crees la hostia. Esa es la chispa que engendra a un mindundi.
Ya ves qué fácil es. Para diseñar a un robot mindundi tienes que
decirle al ingeniero que lo construya para pelar patatas y al
programador tienes que decirle que el hardware es para mandar cohetes
a la luna.
Ese robot dará mucha risa, porque se
pasará la vida intentando mandar cohetes a la luna pero sus
cualidades físicas, impepinables, no se lo permitirán hacer jamás.
Si quieres que la robótica tenga algún futuro toma nota de esto.
Necesitamos robots bufones.
Hoy en día existe un terrible desfase
entre software y hardware. El software aspira a mandar cohetes a la
luna. Los millennials nos atrapan con bellas fábulas que nos hacen
soñar que tocar a Dios será posible. Sin embargo, si te das un
paseo por la calle, te darás cuenta de que lo que más hay por ahí
son Pentium II.
Yo soy un pelín más práctico. Yo,
limpio de toda soberbia, no puedo pretender que el más tonto de mi
barrio entienda mis complejas ecuaciones mentales. La primera
reacción es eliminar al tonto, pero cuando llegues a conclusiones
más avanzadas, querido millennial, te darás cuenta de que no es
posible el avance si no es todos juntos.
Tú, como el tonto pelao, eres parte de
una ecuación aún más compleja que las que tienes en la cabeza. Y
esa ecuación os cataloga al tonto y a ti con el mismo valor. ¡Pero
bueno! ¿Qué es esto? ¿El tonto y yo en el mismo saco? Eso sí que
tiene gracia.
La soberbia es el pecado millennial por
excelencia. Tener cerebro está guay, ya te lo digo yo, pero si no
sirve para que el tonto pelao deje de ser tan tonto no sirve para
nada. Para hacerte pajas pensando en lo listo que eres. Y yo para
hacerme pajas prefiero las tetas de silicona, no sé tú.
Asimismo el tonto, si no es soberbio,
estará trabajando para que tú no seas tan meapilas.